ES casi providencial que se venga a morir Arturo Fernández y España respire el aroma político de “La casa de los líos”. Los políticos están saliendo de una coctelera donde todos caminan con los papeles del revés y sin pasar tanto tiempo desde que iban del derecho. El “No es no”, que lo carga el diablo, ocupa el repertorio de Rivera frente a la investidura de un Sánchez que sumó capital político con aquella negativa a Rajoy y que incluso le costó el escaño. A Sánchez, como una viuda alegre que escucha una ópera, solo le falta calzarse un puro para interpretar al mejor Mariano. De tanto sentarse a ver como descarrilan los demás, acabará con plaza de registrador de la propiedad en Mojácar. El carisma de Iglesias no ha cambiado, su soberbia parásita no conoce aquello del peso específico y en el caso de Abascal, solo él entiende sus cacofonías en la temporada de conciertos de su primer disco. Casado, perfil bajo, interpreta a un esponjoso Bambi y ya es como Zapatero. De estas guerras de a dos y por cinco puede salir el mejor parado porque despeñarse más, es difícil. Todos se sabotean y esa urgencia de votar que nos endosaron en abril divisa en julio un patio político más malo que la sangría de cartón. Demasiada poca finura en un sitio donde triunfó un pícaro de cuello almidonado pero fina estampa en las tablas. Faltan Arturos y sobran tantos papeles en esta baja comedia en la que todos, bien enterados, tienen que perder. Cansáis, chatines. susana.martin@deia.com