ENTRE aguas turbulentas, la vida. Un puente entre la realidad que dejas, donde todo sigue girando, y el discurrir en mitad del océano, la mar, donde la secuencia bien podría sonorizarse con el azotar de las olas, el olor a sal y la sintonía de la canción de Simon&Garfunkel. Es la rutina cotidiana de los marineros vascos que faenan sorteando peligros y deconstruyendo los meses que han podido pasar junto a los suyos sabiendo que los próximos solo los conocerán en diferido. Del Índico al Atlántico; de Seychelles a Senegal. De sus vivencias en el alambre supimos hace una década, cuando el secuestro del Alakrana nos encogió el corazón; y, en estas semanas de ebullición informativa, pasaban de soslayo los ataques que han sorteado el buque Haizea Lau o el Txori Argi. Guiados por las aves, en mitad de la nada una mano lava a la otra y las dos lavan la cara, desde los tiempos en que se atrapaba el atún con caña y cebo vivo. Un ojo en la faena, congelando el pescado mediante su inmersión en cubas de salmuera, y otro en el horizonte, donde las familias cuentan por segundos sus llamadas, apuntan en la libreta las horas de añoranza o lo rápido que crecen los niños mientras tachan las hojas del calendario. Si un año cuadra la Navidad, el otro les separa el verano y viceversa. A millas de distancia, la espuma golpea ventanales y el tiempo se torna holgazán. Profesión en bucle entregada al laster arte!... Y donde hoy y siempre se abraza al ongi etorri! La mar.

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