hA sorprendido a algunos el crecimiento de la economía china en el primer trimestre de este año. El empujón ha sido de un 6,4%, equivalente a un doble salto mortal cuando el resto del mundo no despega los pies del suelo. China está en estos momentos a años luz de la locomotora europea, Alemania, que se apresta a registrar un raquítico crecimiento de cinco décimas este año. El caso es que, poco o mucho, el gigante asiático también se ralentiza, ya que en 2018 registró su peor dato desde 1990 (6,8%) y la cuesta abajo se mantiene en el arranque de este curso. Ocurre además que los analistas siempre han mostrado recelos sobre los datos macro de China. Primero porque el tamaño del país es ingorbenable en todos los aspectos, también a la hora de elaborar una estadística certera. Y segundo porque, debido precisamente a las zonas oscuras que impiden afinar los números, siempre se ha sospechado que el gobierno comunista infla los datos del PIB para vender al exterior las bondades de su régimen. Pero más allá de la credibilidad del dato de crecimiento chino, lo que más inquieta es el modelo de economía sobre la que se sostiene el avance. Al parecer, los trabajadores de las empresas tecnológicas chinas trabajan hasta 72 horas semanales, doce horas al día de lunes a sábado. Es solo un ejemplo de explotación laboral y seguramente habrá más. Prácticas que son una piedra en el zapato para toda la humanidad.