HEMOS descubierto a Greta Thunberg. No está entre las 50 adolescentes más influyentes del mundo. Lo sé porque la he buscado en las listas que elaboran las revistas y páginas web que nutren las informaciones más leídas por el resto de adolescentes. Sin embargo, Greta es una rara avis entre ellos porque no posa haciendo morritos ni se peina a la moda ni es hija de famosos. Sin embargo, a sus 16 años Greta ha sido trending topic esta semana porque ha visitado las instituciones europeas en Bruselas y les ha leído la cartilla. En su país, Suecia, a Greta ya la conocían porque lleva tiempo liderando sentadas para exigir una política climática seria, que combata con medidas reales el calentamiento global. El éxito de Greta es que es lenguaraz, directa y desvergonzada. Su mensaje cala porque acusa. Acusa a los políticos de no asumir responsabilidades, aunque temo que en su discurso reactivo pese demasiado la provocación y el proyectar las culpas hacia otros, que es la forma en la que durante siglos se han forjado las revoluciones que nos han traído hasta el hoy que Greta quiere cambiar. Cuando Greta acusa a los políticos en realidad está acusando a sus mayores. A nosotros. Nos culpa, y tiene razón, de que satisfacer nuestro día a día nos ha llevado a condenar su futuro. Pero el pulso de Greta no es solo con sus mayores. Es universal y empieza por sus compañeros adolescentes, la generación más consumidora de recursos y energía. Y la que deberá enderezar esto.