Es uno de los problemas de nuestro tiempo: envejecer a la par del mundo que nos vio nacer, cuando la vida era bien diferente a la actual. Es por ello que en pleno siglo XXI asombra conocer que la población que vive en poco menos de la mitad de los inmuebles de Bilbao vive sin ascensor. ¿Sin ascensor?, oiga no me joda. Eso es. Suena a un anacronismo y parece derivado de una desigualdad. Mientras las personas envejecen y se adaptan al ritmo de los tiempos nuevos, hay edificios que parecen anclados en el pasado, edificios de recuerdan a un pecio, al esqueleto de un barco que ha padecido un naufragio.

En la ciudad de hoy, donde la verticalidad parece ser la respuesta natural a la presión demográfica ya los altos costos del suelo, el ascensor se ha convertido en mucho más que un simple medio de transporte. Es un símbolo de comodidad, eficiencia y, sobre todo, de modernidad. Vivir en un edificio sin ascensor, lejos de ser una simple anécdota, nos enfrenta a una serie de problemas sociales, económicos y culturales que son reveladores de las tensiones inherentes a la urbanización contemporánea.

La primera reflexión que nos surge al enfrentarnos a un edificio sin ascensor es la distancia física y social que separa a quienes viven en los pisos altos de aquellos que residen en los bajos. En muchas ocasiones, esta división es también una división de clases. Quienes ocupan los pisos superiores de un inmueble sin ascensor suelen ser aquellos con mayores recursos económicos, personas que pueden permitirse pagar una mayor cuota de comunidad, mientras que quienes habitan en los bajos se ven relegados a una rutina diaria distinta.

Este tipo de edificio –que parece un vestigio de una época más austera y funcional– se encuentra en un constante tira y afloja entre la necesidad de modernización y el anhelo de conservar una estructura que parece resistirse al cambio. Sin embargo, la falta de ascensor va más allá de una cuestión puramente arquitectónica; refleja la desigualdad urbana, donde la calidad de vida de los habitantes de una misma comunidad puede verse radicalmente alterada por la presencia o ausencia de un aparato mecánico que, en el fondo, simboliza mucho más que lo que su función técnica implica. Lo que les dije, toda una rareza en los tiempos modernos. Y en el peor de los casos, un obstáculo insalvable para personas con dificultades de movilidad.