La rehabilitación de un espacio del ayer para la vida moderna es, si lo miran al detalle, una suerte de reciclaje. Eso al menos es lo que a uno se le ocurre cuando observa que Rekalde, una tierra de usos industriales durante tantas décadas, pretende transformarse en una zona residencial. Todo comenzó hace unos años, cuando la construcción del barrio de Ametzola (antaño las playas de vías de tren y los pabellones industriales ejercía de trinchera con el resto de la ciudad...) despejó el horizonte. Habrá, eso sí, una reserva natural del patrimonio industrial existente en la zona porque Rekalde mantiene aquel carácter que se forjó en hierro candente y no quieren perderlo, pero crece el propósito, a través del PGOU, de zarpar hacia un nuevo mundo.

¿Cómo será el Rekalde venidero? Más confortable al parecer, sin perder sus señas de identidad. Esa es la apuesta, por mucho que esta suerte de reciclaje se antoje algo tan hermoso como complicado de alcanzar. 

En el corazón de la ciudad, donde el humo de las fábricas solía entremezclarse con la brisa, un barrio industrial se asoma a un nuevo amanecer. Los viejos talleres y las decaídas fábricas, que una vez fueron testigos del sudor y la lucha de los trabajadores, ahora se encuentran en un limbo entre el pasado y el futuro. La rehabilitación de este espacio, que anhela transformarse en un barrio residencial, es un reflejo de la eterna búsqueda del ser humano por reinventarse, por encontrar belleza en lo que alguna vez fue un símbolo de esfuerzo y sacrificio. ¿Acaso no había belleza en esa epopeya fabril? Uno no alcanza a tomar una postura ante la transformación. 

Las calles, que antes resonaban con el eco de las máquinas y el clamor de los obreros, ahora se preparan para acoger a familias, a niños que jugarán en plazas donde antes se alzaban muros grises. Pero, como en toda metamorfosis, surgen preguntas. ¿Qué se pierde en el camino hacia la modernidad? ¿Qué historias se desvanecen entre la pintura fresca y los nuevos ladrillos? La memoria de un barrio no se borra con un simple cambio de actividad; se lleva en el alma de quienes lo habitaron, en las risas y las lágrimas que impregnaron sus paredes. Rekalde será un sitio hermoso a nada que atinen con los cambios pero será otro Rekalde, supongo. La rehabilitación no es solo un acto de construcción; es un acto de memoria. Es recordar que detrás de cada ladrillo hay una historia, un sueño, una vida. No lo olviden.