S complicado racionalizar el debate sobre la violencia machista en un momento de shock emocionalcolectivo tras los asesinatos de Tenerife y las agresiones criminales del último mes en el Estado. El riesgo de buscar apoyo en la estadística conlleva proyectar una imagen engañosa de catarsis puntual; de que informes exahustivos como el del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género nos apacigüen porque nos dicen que la incidencia de esta lacra en Euskadi esté siendo menor en el primer trimestre del presente año. La mera asociación de la reducción del número de mujeres víctimas o de denuncias realizadas con la convivencia en pandemia requiere de un análisis sociológico muy profundo que despeje la eventual ocultación de casos por la propia debilidad añadida de las víctimas en un estado de desamparo acrecentado. Del mismo modo, el detonante de la desescalada no explica por sí solo el aumento de visibilidad de los casos de agresiones machistas en el Estado, aunque debe ser también tenido en cuenta. Pero en el fondo no hay una respuesta estadística. Persiste la evidencia de que el recurso a la violencia para inducir comportamientos en la pareja, la excompañera o los hijos de esta sigue arraigado culturalmente. No es una característica generalizada, afortunadamente, pero, como sociedad, llevamos mucho tiempo tratando de desterrar micromachismos y la incidencia intergeneracional del fenómeno acredita que no lo estamos consiguiendo. No porque el gran abuso físico y la agresión directa sean un problema del pasado sino porque el estereotipo que se refuerza con el gesto puntual, la actitud despreciativa hacia el género femenino, su anulación en determinadas situaciones y la pretensión de asociar determinadas actitudes -desde la seducción a la sumisión, pero no su liderazgo o valor como persona- a su condición de mujeres, son el germen que contamina a la siguiente generación. Decíamos días atrás que el problema de desigualdad que existe de fondo se alimenta de actitudes políticas interesadas. Y es así. Sin embargo, también es cierto que sus mensajes caen en terreno fértil. Se alimentan de una debilidad de ciertos estereotipos masculinos a los que no se les forma en la empatía, el respeto y la calidad humana. La estadística solo es la foto fija de un momento. La violencia machista contamina hasta el tuétano a una sociedad.