EDUCIR la incidencia del covid-19 a mínimos y llevar la vacunación a máximos. Es la “clave de la esperanza”, expresada el pasado viernes en el Parlamento Vasco por el lehendakari, Iñigo Urkullu, para dejar atrás la “pesadilla” de la pandemia. Euskadi afronta este reto en la lucha contra el virus partiendo de una situación que, siendo aún grave y preocupante tanto por el número de contagios como, sobre todo, por la presión en los hospitales, comienza a dar señales de cierto alivio y de una perspectiva más esperanzadora tras meses muy duros. No obstante, hay también riesgos que deben tenerse en cuenta, por lo que estos meses de mayo y junio van a resultar claves en esta estrategia. Respecto a la primera de las condiciones expuestas por el lehendakari -bajar la incidencia-, en los últimos días tanto el número de nuevos contagiados como la tasa de positividad han ido descendiendo leve y lentamente, de modo que este último índice se sitúa en el 6,8%, cuando en el mes de abril rozó el 10%. Es muy previsible que los nuevos datos que publicará Salud mañana sobre el R0 y la tasa de incidencia por 100.000 habitantes en 14 días se hayan reducido también tras muchas semanas de ascenso sostenido. Ello podría indicar, con todas las reservas y la debida prudencia, que Euskadi podría haber alcanzado ya el pico de esta cuarta ola. En lo relativo a la parte de la vacunación, esta semana -en especial ayer y hoy- ha resultado decisiva, registrándose un importante acelerón con la inoculación de más de 100.000 dosis de los distintos preparados. Esto, unido al hito alcanzado la semana pasada en la que el número de inmunizados superó al de contagiados durante toda la pandemia, permite albergar la esperanza de que, tal y como espera el Gobierno vasco, Euskadi consiga alcanzar la inmunidad de grupo este verano. Sin embargo, los nuevos problemas de suministro de algunas vacunas y, sobre todo, la desconcertante decisión de Salud Pública de retrasar otro mes más la decisión sobre las segundas dosis de AstraZeneca deja, de momento, en el aire la inmunización de miles de personas -sobre todo, profesionales esenciales-, al tiempo que genera más dudas e inseguridad en el proceso y deteriora la confianza de la población. Ello evidencia, una vez más, la desasosegante ausencia de certidumbres que alimenta la fatiga pandémica.