L 25º aniversario del triunfo electoral del PP que, aunque sin mayoría, le permitió conformar el primer gobierno popular tras 14 años de hegemonía socialista liderada por Felipe González está sirviendo, además de para soportar una esperpéntica saturación presencial mediática de su principal protagonista y artífice, José María Aznar, para comprobar los frágiles principios sobre los que se asienta la formación, la continuidad ideológica y estratégica que sigue manteniendo unida a su grave desconexión de la realidad y la dimensión de su fractura interna. No en vano, ayer mismo el actual líder del PP, Pablo Casado, en presencia de un Aznar cada vez más ególatra, reivindicó sin tapujos el legado de aquellos gobiernos -también los de Mariano Rajoy- y apostó por consolidar a futuro un proyecto similar. El gran logro de Aznar -indiscutible, porque le sirvió para ganarse el voto ciudadano- para alcanzar La Moncloa fue el de ser capaz de reunir en torno a un mismo partido y a un proyecto a todo el centro-derecha español, incluida la gran mayoría de la extrema derecha. Una operación que siempre tiene un componente de alto riesgo. De hecho, Aznar, desde el Gobierno, fue escorándose y llevando al partido hacia posiciones cada vez menos centradas y más ultraconservadoras, al tiempo que iba germinando la putrefacta semilla de la corrupción. De modo que los actuales lodos del PP de Casado son fruto de aquellos polvos generados por un Aznar que, pese a todas las evidencias, aún mantiene sus tesis sobre los aspectos más vergonzosos y nefastos de su gestión más allá incluso de lo económico, en especial las mentiras sobre la autoría del atentado del 11-M, la perversa teoría del todo es ETA que aún hoy sigue dando coletazos y su unilateral decisión de llevar al país a la inmoral guerra de Irak después de respaldar la monumental falsedad de que Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Ni siquiera ahora da muestras de un mínimo de autocrítica por todo ello. En cuanto a la corrupción, baste constatar que prácticamente la mitad de su gobierno ha sido imputado o condenado por diferentes prácticas delictivas. Todo ello fue el detonante de que el centro-derecha estallara sin remedio y el PP se escorara aún más al extremo. Casado, que suele reivindicarse ajeno a las malas herencias, debería aprender de ese no tan lejano pasado.