medida que se van conociendo más detalles sobre las circunstancias que han rodeado el lamentable asalto violento al Capitolio perpetrado por fanáticos de extrema derecha seguidores de Donald Trump y de sus peligrosas doctrinas y teorías conspirativas, va quedando más patente la responsabilidad directa y la autoría ideológica del magnate en los hechos acaecidos el pasado jueves. Unos acontecimientos que han conmocionado a la sociedad norteamericana y al mundo por su carácter insólito, violento, antidemocrático y, en especial, por haber sido instigados desde la máxima cima del poder, la presidencia de un país como EE.UU. Se investiga incluso si algunos de los asaltantes tenían planes para la toma de rehenes en el Capitolio. A nueve días para la toma de posesión del nuevo presidente, Joe Biden, la tensión es palpable en el país, y se temen nuevos estallidos de violencia al acercarse la fecha del 20 de enero, una jornada que se prevé especialmente delicada. De hecho, en las últimas horas manifestantes a favor y en contra de Trump se han enfrentado entre sí y con la Policía y no es descartable que incidentes similares se reproduzcan estos días. Las primeras investigaciones y filtraciones sobre el asalto van reforzando la hipótesis de que Trump tuvo una responsabilidad directa: desde sus proclamas denunciando un inexistente fraude electoral y las intolerables presiones para paralizar el proceso de confirmación de los resultados o su inconcebible negativa a reconocer la victoria de Biden, hasta sus instigadores tuits en los que, en pleno asalto, ensalzaba y aclamaba a los participantes, pasando por las mínimas medidas de seguridad y la cómplice actitud de muchos agentes policiales, todo indica que el aún presidente es promotor y causante del ataque. De ahí que la estrategia de los demócratas de impulsar su destitución inmediata si no dimite, bien mediante la invocación de la enmienda 25 o iniciando el proceso de impeachment, sea necesario e higiénico para un país en shock que precisa recuperar sus principios basados en el respeto a las libertades y la confianza en las convicciones democráticas, la integridad y la dignidad de sus gobernantes. Y eso pasa no solo por enterrar la era Trump, sino por desinfectar políticamente las ideas y las estructuras por él creadas, empezando por expulsarle antes incluso del obligado relevo ordinario.