UNQUE los precedentes no invitaban precisamente al optimismo, la expectación mediática y política suscitadas ante el que se había considerado como “el discurso más difícil e importante” de Felipe VI en la pasada Nochebuena quedó de nuevo frustrada tanto en el mensaje en sí como, aún de manera más clara, en los silencios del jefe del Estado español. Tres eran los grandes temas sobre los que Felipe VI tenía que haber centrado sus palabras, porque la ciudadanía esperaba -y ahí están los datos de audiencia para corroborarlo- mensajes claros sobre ellos: obviamente, la pandemia de coronavirus; los oscuros y sospechosos negocios de su padre y predecesor en el cargo, Juan Carlos de Borbón; y las apelaciones directas de carácter claramente ultraderechista, antidemocráticas y cercanas a la incitación a la sublevación que sobre él, como monarca y como capitán general del Ejército español, le habían dirigido grupos de militares. Sin embargo, nada de eso fue abordado por el monarca con un mínimo rigor. Más que aproximarse a la grave situación derivada del covid-19, lo que hizo Felipe VI fue ocultarse bajo la realidad de la pandemia mediante una mera serie de lugares comunes para esconder su absoluta falta de referencias a las cuestiones que le atañen de forma muy directa. Así, no hubo una sola alusión al asunto del Ejército -particularmente grave- y tampoco realizó una mención directa a la actitud del rey emérito, limitándose a una frase críptica, general, abstracta e inconcreta respecto a que los principios éticos “nos obligan a todos sin excepciones y están por encima de cualquier consideración, de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares”. Una obviedad con la que trató de eludir su responsabilidad y alejarse de cualquier implicación con los opacos negocios de su padre e intentar, sin éxito, alejar a la institución monárquica de la grave crisis que la aqueja y cuya imagen está ahora aún más manchada y deteriorada que antes. En cualquier caso, Felipe VI no practicó con el ejemplo de su pretendido alegato a la ética, porque puso a su padre y a su cargo por encima de su obligación. La crisis de la monarquía está ahora mucho más abierta, porque ni siquiera se ha abordado con la severidad, rigurosidad y coraje necesarios. El hecho de que solo la derecha aplauda el discurso del rey es prueba palpable de ello.