L National Health Service (NHS), servicio de salud británico, ha puesto en circulación un spot televisivo en el que se muestra a Father Christmas, versión inglesa de Santa Claus, atendido por covid-19 en un hospital. Se antoja más que apropiado hoy, cuando a trece días del 24 de diciembre, inicio de las festividades navideñas, se ha abierto en Euskadi una ventana en las restricciones a la movilidad y las relaciones sociales. Tras más de nueve meses de pandemia, la acumulación de las consecuencias socioeconómicas -también en aspectos diferentes de salud pública- de las medidas puestas en práctica para contener la transmisión del SARS-CoV-2 ha convertido en necesaria una siquiera contenida distensión por la que la sociedad airee el pesimismo y la impotencia como se airea el ambiente para aliviarlo de las micropartículas que transportan el virus. Y cada uno de los próximos trece días, desde hoy hasta la víspera del día de Navidad -también los siguientes-, constituye una auténtica prueba de fuego para la sociedad vasca. Para cada uno de nosotros y en todas y cada una de nuestras actividades, sí; pero especialmente en aquellas relacionadas con nuestras costumbres de ocio que contribuyen al aumento exponencial de los contagios, como demuestra el descenso de los casos experimentado tras su restricción. La responsabilidad en el cumplimiento más estricto de las normas establecidas en la orden del Gobierno vasco que acaba de entrar en vigor, sin la falsa apelación a contradicciones o desigualdades que solo busca justificación a una tan egoísta como peligrosa laxitud, incluye y exige además la no permisividad social de la inobservancia de las restricciones. No vale encogerse de hombros; no vale, en el caso concreto de la hostelería, hacer que la responsabilidad descanse en el hostelero a quien le resulta difícil enfrentarse al cliente o, al contrario, en el cliente que conociendo la norma se suma a la permisividad que le rodea en un local. Se trata de interiorizar que la distancia personal, la higiene de manos, el uso apropiado y protector de la mascarilla, que no es llevarla encima, la ventilación de los establecimientos y el escrupuloso control del aforo; la precaución y la prevención en suma, son de incumbencia propia. No hacerlo así desde hoy mismo conllevará, sin lugar a dudas, la obligación de revertir el alivio en las restricciones, ver a Olentzero en el hospital.