A perspectiva de unas elecciones puede no tener nada que ver con la campaña de acoso e intimidación que sectores radicales de la autodenominada izquierda abertzale han desatado contra sus rivales políticos en Euskadi, pero es un contexto que requiere la respuesta contundente de una firme unidad desde principios democráticos. Vista la actitud con la que EH Bildu ha seguido la sucesión de pintadas insultantes e intimidantes en sedes de partidos, es evidente que no ha estado a la altura. La situación dramática, reprobable y denunciable de un preso de ETA es la excusa en esta ocasión. Los esfuerzos de algunas voces por contextualizar en ese ámbito la campaña agresiva de elementos ideológicamente afines a la izquierda radical independentista sitúa ante una vieja encrucijada a la coalición que pretendió ampliar su espectro sociopolítico más allá de la herencia de Batasuna en Sortu, que había tocado techo. El mensaje de tibieza y la torpe diferenciación entre ataques a sedes de partidos y el realizado contra la vivienda de Idoia Mendia no ha sido solo un error. La insistencia con la que EH Bildu ha tratado de mantener esa diferenciación obviando los primeros y limitando el rechazo que está dispuesto a compartir en los pronunciamientos institucionales y cuando se dedica a establecer líneas entre la intimidación asumible y la condenable, como hizo ayer la candidata a lehendakari de EH Bildu, Maddalen Iriarte, la coalición no está improvisando sino aplicando una estrategia. La de seguir administrando el caudal ideológico que la izquierda radical ha estado alimentando durante décadas. Incluso cuando las consecuencias de esa construcción de relato se vuelve en su contra, con críticas desde el extremismo de ATA, EH Bildu juega al apaciguamiento. Durante semanas, su coordinador general, Arnaldo Otegi, ha tratado de construir un relato de ausencia de condiciones democráticas para la celebración de elecciones pero ha regalado días de clamoroso silencio a los ataques a la democracia que son la intimidación y el señalamiento: el mensaje que transmite es, de nuevo, el de la violencia asumible. Es inaceptable. La encrucijada de EH Bildu no está ya en manos de Sortu, heredera y líder de esa estrategia. Está en las del resto de partidos -EA, Alternatiba- y en las de quienes aportan una pátina de movimiento social, de independientes que ejercen de pantalla del pasado y coartada del presente.