LA desigualdad entre hombres y mujeres y sus consecuencias de todo tipo -personales, sociales, profesionales, económicas...-, en especial su forma más radical, la violencia machista, continúa siendo, en el umbral ya de la segunda década del siglo XXI, la asignatura pendiente y, por tanto, el gran fracaso de nuestras sociedades. Es una injusticia que se halla vigente y muy presente en todos los ámbitos de la vida del conjunto de la ciudadanía. Se trata de una constatación obligada en una jornada como la de hoy, 8 de Marzo, Día Internacional de la Mujer, no como mera comprobación de una realidad incuestionable, sino como señalamiento de un reto ineludible, como objetivo prioritario a conseguir por el conjunto de la sociedad. Un objetivo que solo será posible si se combaten las causas -todas ellas, y de toda índole- que la hacen posible. Una reivindicación que no es solo un derecho sino que constituye un deber colectivo: de personas, organizaciones, empresas e instituciones. Con este espíritu, desde hace unos años la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres forma parte de la agenda social, política y mediática. Decenas de miles de mujeres y hombres se han sumado -y siguen haciéndolo cada vez en mayor medida- a una demanda plenamente justa y beneficiosa para el conjunto de la sociedad. A buen seguro, las movilizaciones que tendrán lugar hoy en Euskadi, en el Estado y en todo el mundo, en conmemoración del 8-M volverán a ser un grito multitudinario en favor de la igualdad, un objetivo que, por otra parte, precisa de medidas políticas y legales urgentes, realistas y eficaces. En Euskadi, el Gobierno vasco aprobó en enero el proyecto de ley de segunda modificación de la Ley vasca para la Igualdad de Mujeres y Hombres de 2005, que deberá tramitarse en la próxima legislatura, con medidas avanzadas para combatir la desigualdad. En este sentido, el año pasado ha sido el primero desde que se tienen registros en que no hubo ninguna mujer asesinada por su pareja o expareja en Euskadi, un dato que merece destacarse y que, con todas las prevenciones, puede considerarse fruto de esta lucha común contra la desigualdad. Muchos retos quedan por delante, desde una negativa -por absurda e impúdica- lucha dentro del feminismo a la amenaza neomachista de la ultraderecha. Un desafío social y democrático que solo será posible superar si es con el empeño colectivo.