LA obstinación de la realidad hace inviable obviarla. Y la realidad es al mismo tiempo que las migraciones son una constante en la historia de la humanidad y que la falta de equilibrio demográfico en el mundo es paralela a la falta de equilibrio en su desarrollo. Ambas se conjugan hoy, en el primer cuarto del siglo XXI, además de con los conflictos bélicos que el hombre continúa provocando, con la secuencia de crisis económicas a que los cambios tecnológicos y productivos inducen y los desastres naturales que la ya innegable crisis climática agrava. La misma previsión de que el 70% de la humanidad resida dentro de tres décadas en concentraciones urbanas es ya una prueba irrefutable de que el actual modelo para afrontar el fenómeno migratorio, basado en la contención y la devolución, está abocado al fracaso. Euskadi, como el Estado y Europa, se hallan ante esa realidad. Hoy, el 9% de los residentes en Euskadi es población inmigrante; en Europa, la media es del 12%. No es una realidad nueva, aunque sí distinta, que nos sitúa ante la exigencia de dar respuesta urgente al flujo incontenible, creciente, de inmigración y a hacerlo desde un ejercicio de responsabilidad, de corresponsabilidad con esos otros actores. Pero también nos coloca ante las propias necesidades demográficas de nuestra sociedad y las dudas respecto a la sostenibilidad del bienestar debido a la pertinaz pérdida de población y el envejecimiento. Hace ya ocho meses que Euskadi presentó una propuesta concreta, Share, para dar respuesta a una de las vertientes más problemáticas de ese fenómeno, la de las necesidades de acogida de los menores no acompañados, que ahora impulsan asimismo otras siete comunidades y gobiernos regionales europeos. La fórmula, fundamentada en la distribución en virtud de la capacidad económica de la región o país de acogida, su situación demográfica y su capacidad de empleo es también modelo para una Unión Europea cuyas políticas frente a la inmigración están condicionadas por las reticencias de (algunos de) sus estados miembro y las interesadas tensiones políticas de aquellos que esgrimen falsos razonamientos socioeconómicos como motivo de su irracional rechazo al diferente. Y, de momento, abocado al fracaso el intento de contener lo incontenible, la fórmula que Euskadi impulsa es la única para darle cauce.