LA dimisión de Abdelaziz Bouteflika es algo más que el fin de dos décadas en las que el entorno personal del octavo y más longevo presidente de Argelia ha acaparado el poder y las influencias que había manejado el Frente de Liberación Nacional (FLN) desde su acceso al poder tras la independencia en 1962. La entrega al presidente del Consejo Constitucional, Tayez Belaiz, de la carta de dimisión de un Bouteflika impedido seis años después de sufrir un infarto cerebral supone la apertura de un nuevo tiempo, indescifrable, en el país más grande del Magreb y más poblado tras Egipto de la vertiente mediterránea de África. Que la marcha de quien ha presidido Argelia desde el fin en 1999 de la década negra de la guerra con el integrismo islámico que provocó decenas de miles de muertos se intuyera desde que las movilizaciones populares y pacíficas de los viernes, iniciadas el 22 de febrero, lograran su renuncia a presentarse a un quinto mando no ha permitido dibujar el proceso que debe llevar al país a una transición. A lo sumo, lo ha hecho la intervención del Ejército, en palabras de su jefe del Estado Mayor, general Gaid Salah, decisiva en la dimisión de Bouteflika cuando por dos veces instó a aplicar el art. 102 de la Constitución que permite la inhabilitación del presidente; sobre todo cuando en su segunda intervención, este martes, apeló también a los preceptos constitucionales (arts. 7 y 8) que residencian el poder y la soberanía de Argelia en el pueblo, como exigían los manifestantes. La influencia de Salah y el ejército es una de las dos únicas certezas para intuir que el futuro del país se pueda acercar más a la transición de su vecino Túnez que al desastre de la revolución de su vecina Libia a pesar de los intereses que despierta la 14ª reserva petrolífera y 8ª reserva de gas natural del planeta y su explotación por la estatal Sonatrach, primera empresa del continente africano. La otra es que la sociedad argelina exige un relevo generacional que no personifica Salah y que se antoja imposible de la mano de quien preside hoy el país de modo interino, el presidente del Consejo de la Nación, Abdelkader Bensalá, de 77 años, o de los señalados como posible relevo, todos ellos septuagenarios (o casi) que pertenecieron al círculo de poder antes de separarse de Bouteflika, como los ex primeros ministros Mouloud Hamroche, Ahmed Ouyahia y quien se le enfrentó en las presidenciales de 2014, Ali Benflis.