LAS movilizaciones que tuvieron lugar ayer en Euskadi con motivo de la celebración del Día de la Mujer volvieron a ser multitudinarias, plurales, reivindicativas y pacíficas. Decenas de miles de personas -mujeres, en su inmensa mayoría- tomaron de nuevo las calles de las ciudades vascas para exigir la igualdad real de derechos y oportunidades entre mujeres y hombres, el fin de las discriminaciones que históricamente sufre el sector femenino de la sociedad y para plantarse frente a cualquier tipo de machismo y la violencia de género. Al igual que el año pasado, momento en el que pudo visualizarse de manera rotunda el abrumador alcance de la lucha feminista, ayer se comprobó que la reivindicación de la igualdad no es flor de un día y que la significación del 8-M hace tiempo que llegó para quedarse, fundamentalmente porque se trata de una batalla justa e imprescindible. Si por algo destacó la jornada de ayer fue por la presencia mayoritaria y la implicación de las mujeres más jóvenes en las calles. La palpable imagen que deja es que parece que una nueva generación de chicas muy preparadas y resueltas a acabar con la desigualdad y con la prevalencia de modelos masculinos se abre paso y quiere alzar su voz para reivindicar su libertad al margen de estereotipos. Este cambio puede ser capital. Se trata de mujeres no especialmente ideologizadas y por tanto no sujetas a algunas de las servidumbres de partidos, sindicatos y otras organizaciones que, más allá de sus mensajes, reproducen esquemas muy tradicionales -cuando no directamente obsoletos- que en cierta medida pueden excluir a buena parte de la sociedad. Esta nueva generación, por contra, es por definición inclusiva y se muestra sin servidumbres ni complejos, fundamentalmente porque es su futuro el que está en juego. En todo caso, para que este nuevo paradigma cuaje, también el sector joven -sean hombres o mujeres- debe romper y superar inercias, lenguajes y actitudes excluyentes, machistas y sexistas. En cuanto a la huelga feminista convocada también ayer, su seguimiento y repercusión fue, como cabía esperar, desigual, con cierta incidencia sobre todo en la educación, la atención sanitaria y las administraciones públicas. Balance que merece una seria reflexión sobre si una huelga de estas características es la mejor forma -o la más adecuada- para la reivindicación de la igualdad.