AS ruedas de prensa del los entrenadores son un trámite más en el fútbol profesional. La altísima frecuencia con que se ofrecen, incrementada por la densidad del calendario, convierten este acto en una especie de termómetro que indica o nos permite entender mejor cuál es el estado de los equipos. Normalmente se establece una relación directa entre su contenido y la situación que se vive entre las cuatro paredes del vestuario. Puede ocurrir que lo que en ellas se escuche no refleje fielmente esa realidad, pero esta posibilidad resulta imposible de sostener en el tiempo. Los mensajes del míster, por el fondo y la forma, siempre acaban transmitiendo aquello que de verdad sucede en ese espacio cotidiano de trabajo y convivencia al que solo los profesionales tienen acceso. Precisamente por ser las ruedas de prensa una ventana abierta que nos suministra información, sensaciones, opinión, razonamientos, constituyen un material interesante para entender muchas de las cosas que se producen sobre la hierba.

Esto último es lo que vale en el fútbol. Los hechos están por encima de las palabras y estas a veces incluso sobran. Sobre todo en épocas de vacas flacas pueden cansar, provocar hastío, rechazo, porque en definitiva la afición reclama resultados y si no son satisfactorios da la sensación de que los discursos están dirigidos a atenuar las consecuencias de la incapacidad del equipo para plasmar en los partidos lo que el entorno espera o desea.

Aún es pronto para realizar una valoración, pero después de mes y medio merece la pena detenerse en cómo Marcelino Parece que es muy consciente de que son una parte de su cometido que ha de cuidar con mimo. Entre pitos y flautas, se ha sentado delante de la prensa en veintitrés oportunidades: dos por cada partido que ha dirigido, más el día en que fue presentado. De entrada, está su disposición: hasta la fecha jamás se le ha visto incómodo, acostumbra a sonreír con reiteración y cultiva fácilmente cierta complicidad, buen rollo que se diría ahora, con sus interlocutores. Hay quien se ha llevado un corte, pero quizá fuese porque se lo buscó. Ser amable no está reñido con preservar la dignidad.

Marcelino responde a todo y se extiende sin problemas en bastantes de sus intervenciones. Es decir, no exterioriza prisa o ganas por acabar, comprende que enfrente tiene a gente que también está currelando y que además esos minutos son el canal que le conecta con la afición, a la que como profesional se debe. Utiliza un tono bastante didáctico que acaso obedezca a su condición de recién llegado. Necesita darse a conocer, construir una imagen que le identifique a los ojos y oídos de miles de personas que le siguen con atención desde donde sea, que permanecen con la antena puesta porque esto es el Athletic. Es natural que quiera que se sepa cómo respira, cuáles son sus inquietudes, que metodología emplea, las aspiraciones que anidan en su fuero interno y en qué clase de mentalidad se inspira el proyecto que encabeza, qué directrices pretende arraigar en los jugadores.

Además, como tonto no es, estará enterado de que no era alguien que cayese bien por estos lares. Unos cuantos le tenían enfilado por declaraciones concretas, otros porque no empatizaban con su particular expresividad en la banda y algunos, sencillamente, porque les caía gordo y punto. Al fin y al cabo, todo personaje público está expuesto a la división de opiniones y en ello le va una parte del sueldo. Ahora es el técnico del Athletic, donde efectuó un aterrizaje un tanto mejorable (que no es imputable a su persona) y en un contexto delicado. Cuando un entrenador se incorpora a un club en mitad de una temporada, no viene a verlas venir, se le contrata de urgencia, para enderezar un rumbo que se había torcido y se deposita sobre sus espaldas una confianza que es sinónimo de máxima exigencia.

Es el eje del punto de inflexión, el motor de una reacción para la que no existe un único manual, si bien todos los que se manejan aconsejan celeridad. Hay que huir cuanto antes del agujero o de la duda existencial que preocupa a cada estamento de la entidad que le abre los brazos como si, en vez de un técnico en la materia, fuese un mago. Tardó poco Marcelino en aclarar que justo eso, mago, no es, que lo suyo es trabajar con sus colaboradores para convencer al jugador de que puede hacerlo mejor.

Bueno, pues en ello está y le va bastante bien. De lo que se deduce que no se limita a exprimir su elocuencia (eficacia para persuadir con las palabras) en las salas de prensa.