EN su informe periódico sobre el análisis de la coyuntura internacional, Ian Bremmer (politólogo y consultor especializado en riesgos globales), destaca un posible punto compartido en las múltiples movilizaciones que se vienen sucediendo a lo largo del mundo, desde Hong Kong a Washington o Beirut pasando por las principales capitales latinoamericanas, París o Barcelona: la desigualdad percibida.

A una estimación genérica de la desigualdad, al margen de su intensidad objetiva medible, se añade la relatividad de la percepción entre diferentes personas o grupos sociales en contextos diferenciados. Así, sean causa o efecto, la desafección política, la distante observancia de políticas resolutivas sobre demandas sociales de todo tipo y la inevitabilidad de una creciente ausencia de respuestas personalizadas en contextos y momentos específicos, genera en la población no atendida alejamiento de sus respectivos gobiernos y provoca grandes déficits de credibilidad y liderazgo. La percepción de estas demandas insatisfechas se propaga y mezcla con todo tipo de malestar y reivindicaciones, reforzados por los medios de comunicación y, sobre todo, por la explosión de las redes sociales (de perfil, propiedad y responsable último desconocido).

Este caldo de cultivo para cualquier queja, crítica, protesta o descalificación, justificables o no, configura un crudo escenario que, de una u otra forma, encuentra su aparente explicación homogeneizable en la desigualdad. Sin embargo, siendo esta realidad un ingrediente esencial en la ecuación, parecería aconsejable una aproximación singularizada a cada uno de los síntomas y problemas, demandando soluciones específicas y distintas.

Así, en torno a lo que cada vez con mayor fuerza da lugar a los movimientos pro crecimiento y desarrollo inclusivo, con unos u otros matices, mayor o menor intensidad y convicción, subyace una clara apuesta por retomar el rol esencial de la ideología, la democracia, el compromiso participativo y la cohesión social por encima de un rumbo o recetas atribuidas a la economía desde una visión reduccionista que pareciera interpretar el mercado y determinadas supuestas reglas exactas e inamovibles. La rueda parece detenerse. El comercio mundial ha cambiado y ya son, nuevamente, mayores los intercambios y transacciones domésticas o intraregionales que las globales. El mercado reclama su alma y de la actuación dirigente (y diligente) de los gobiernos, desde decisiones y controles democráticos. Son tiempos de cambio para transitar, con determinación y compromiso, desde la frustración y desilusión colectiva hacia renovadas apuestas por liderar nuestras ilusiones y aspiraciones. Superar esta desilusión colectiva sería nuestra retadora respuesta a esta paralizante situación a la que sugerentes lecturas y pensadores parecen arrastrarnos; como Piketty, que prevé centrar su causalidad en un “Hipercapitalismo” dominante en los grandes déficits de igualdad e ideología propias del siglo XX reflejado, sobre todo, en la creciente capacidad económica y financiera que, dice, caracteriza el nuevo siglo XXI y, en su opinión, demandaría transformaciones radicales en los sistemas políticos y sociales imperantes (Capital et Idéologie).

Una vez más, sin duda alguna, es tiempo de la política y los gobiernos, de los liderazgos y compromisos empresariales, de las responsabilidades sociales e individuales, de la ideología y de supeditar los modelos económicos a los objetivos de prosperidad y bienestar.

En este sentido, en días, o semanas, habríamos de contar con nuevos gobiernos en Madrid y en Bruselas. Visto lo visto en los años perdidos del inexistente ejecutivo en funciones en La Moncloa y las escasas expectativas de mejora según reflejo de la campaña electoral que hoy se traduce en voto, las esperanzas de acompañamiento a las instituciones vascas miran a Europa. Sin embargo, estas ilusiones responden más a sueños del pasado que a realidades observables hoy, ante una frágil y anómala estructura de gobierno europeo, la falta de sintonía entre el Parlamento Europeo y la Comisión, que sigue sin completar su renovación, pendiente de incorporar comisarios designados-negociados por cuota país... y sin contar con el anómalo caso británico que ha de incluir un comisario temporal hasta la salida del Reino Unido de la UE. Todo parece enturbiar la prometedora presidencia transformadora de Von der Leyen y “su gobierno pensado en soluciones de futuro y no mantenimiento del pasado”. Entre tanto, Europa profundiza en su propia crisis crónica de desgobierno y prácticas no democráticas, haciendo que el proyecto europeo viva la enorme paradoja de ser por un lado el espacio con mayor democracia y compromiso con el estado social y de bienestar del mundo, y por otro de tener una máxima desafección ciudadana con sus políticas y prácticas de dirección y el mayor desprecio a una gobernanza acorde con los objetivos que pregona, administrada por un gran déficit democrático y de eficiencia, entregada a una burocracia ni elegida, ni controlada.

En este marco, tensionado por una largamente anunciada desaceleración camino de recesión, la toma de posesión de la nueva presidenta del Banco Central Europeo (Christine Lagarde), coincidía esta semana con la presencia de uno de sus vicepresidentes (Luis de Guindos) en la Universidad de Deusto impartiendo una conferencia en el Paraninfo de la Universidad (Sede Sapientiae, “trono de la sabiduría”, reza el mensaje que preside tan significativa aula). De Guindos explicó la visión del BCE en el contexto económico internacional (desaceleración y bajo crecimiento económico de larguísima duración, impacto negativo inmediato por la guerra arancelaria y la novedosa, desconocida y generalizada situación de tasas negativas de interés, condicionadas en el caso europeo por el Brexit). Con estas premisas, De Guindos destacaba que tan solo el 5% de las recomendaciones de la Comisión y Consejo europeos sobre reformas y políticas estructurales son implantadas por los gobiernos de los Estados miembro, lo que hace absolutamente imposible el logro de los objetivos previstos en la Unión Europea. Bajo este ineficaz paraguas, aceptaba como insuficiente el encargo-objetivo que el Tratado de la Unión asigna al BCE, garante de la estabilidad de precios, controlando la inflación bajo el objetivo del 2% anual, para el conjunto de su ámbito competencial. A partir de aquí, afirmaba que la política monetaria se ha demostrado insuficiente y es momento (una década después de la crisis) de apelar a los gobiernos para el uso inteligente y responsable de la política fiscal favoreciendo grandes proyectos de inversión, programas y políticas estructurales con el endeudamiento adecuado y, eso sí, “el apoyo a los mercados de bienes y servicios públicos”. Hoy, quien fuera secretario de Estado y ministro español de los gobiernos de Aznar y Rajoy, los más negacionistas del cambio climático, se ha reconvertido y además de proclamar la evidencia de la cuestión, anuncia la fijación de criterios obligatorios de economía e inversión verde en las políticas de apoyo del BCE. Adicionalmente, pone el acento en dos líneas de actuación estratégica: crear un mercado de capitales europeo que sustituya a la City Londinense post Brexit, la creación del ya tantas veces reclamado Fondo de Depósitos Unitario para toda la UE y la vigilancia de los bancos y entidades financieras. Y nos preguntamos, ¿por qué hoy sigue siendo una panacea el logro del 2% de inflación global? ¿Por qué ya no es adecuada la exigencia de un 3% en la convergencia económica de pertenencia a la Unión? ¿Por qué el nivel de endeudamiento exigido a los gobiernos era el adecuado para la salida de la crisis desde la mal llamada austeridad? ¿Por qué los 27 ministros de finanzas suponen la mejor idea global para un nuevo espacio de crecimiento y desarrollo inclusivo? ¿Por qué las mejores políticas y estrategias son las unitarias bajo decisión centralizada y no las adecuadas a diferentes espacios nacionales, regionales, locales y controlables desde ámbitos próximos? ¿Por qué es el BC y no ha de ser un gobierno de dirección política quien diseñe y marque las prioridades y transformaciones de una Europa necesitada de un cambio radical acorde con la demanda de los europeos?

No basta con cambiar el discurso y la dirección desde los mismos responsables y capacidades. Las sociedades demandan una mayor cohesión e inclusión, nuevos resultados percibibles, nuevos liderazgos compartibles... Una nueva Comisión Europea, un nuevo BCE, un nuevo marco de relaciones entre el Reino Unido y la Unión Europea, un nuevo Reino Unido desde el rol diferenciado de quienes hoy lo componen, un verdadero gobierno en La Moncloa, capaz de entender las demandas reales de un Estado plurinacional que se mueve hacia otros modelos? y una nueva savia enriquecedora y rejuvenecedora de la antigua Europa. Una larguísima senda a recorrer desde el imprescindible optimismo para construir ese espacio en el que la ideología, la igualdad, la economía sean una verdadera realidad y práctica democrática, al servicio de las demandas y necesidades de la sociedad.