SUPONGO que debemos felicitarnos porque presuntamente se haya restablecido la verdad histórica del atentado que acabó con la niña de 20 meses Begoña Urroz el 27 de junio de 1960. No fue ETA, sino una singular organización que se presentaba como antifranquista y antisalazarista y que atendía al pomposo nombre de Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación, por sus siglas, DRIL. Ocurre, tirando de refranero español, que para este viaje no hacían falta alforjas y que a buenas horas, mangas verdes. Hacía muchos años que se conocía cada pormenor de la acción criminal. Prácticamente desde que -creo que sin mala intención- Ernest Lluch echó a rodar la historia y fue comprada por golfos ávidos de efemérides truculentas, decenas de estudiosos y contemporáneos de los hechos han documentado sin lugar a la duda la autoría del grupo hispanoluso.

En todo caso, la novedad, que debe enunciarse entre el pasmo y la indignación, reside en la circunstancia de que la fuente del desmentido que pretende quedar como oficial sea la misma que durante todo este tiempo ha dado pábulo a la versión manipulada. No hablo, ojo, de los investigadores que firman la monografía titulada Muerte en Amara. La violencia del DRIL a la luz de Begoña Urroz, sino de la entidad que la avala, el tal Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, escorado ya sabemos a qué lado. Cuánto dolor y cuánto bochorno nos hubiéramos evitado sin el empeño en sostenella y no enmendalla? hasta ahora. Por lo demás, y para los que levantan el mentón y hasta exigen peticiones de perdón, esta revelación no convierte a ETA en buena. Cerca de mil muertos lo atestiguan.