Crece la tensión. Demasiados muertos, demasiados parados. Cifras para el desánimo. Las costuras de la paciencia se deshilan. La incertidumbre, desasosiega. Nada peor que la duda en tiempos de angustia. Previsiones plagadas de buenismo incumplido son una ventana abierta a la especulación. Le ocurre al Gobierno, a la oposición, a los científicos, a esas redes sociales envenenadas y a millones de confinados que siguen sin ver la luz al final del túnel. Un entorno demasiado intoxicado, enrarecido partidistamente, plagado de urgencias, inhóspito para disponer de la serenidad imprescindible que siempre requiere la toma de decisiones estratégicas. Las únicas certezas quedan para esa humanitaria legión del abnegado personal sanitario luchando a cara partida contra la falta de medios, de una adecuada protección, de inversiones recortadas y de una deplorable improvisación política. Por el camino, todo un rosario de dudas sobre el futuro más inmediato al que contribuye esa plaga de predicciones contradictorias que agudizan la aprensión generalizada. Todos mirando a la dichosa curva para saber qué camino seguir. En definitiva, una cruda realidad muy proclive al pesimismo y a la falta de unidad, precisamente cuando resultaría más imprescindible que nunca.

Tampoco la acción de un gobierno desbordado está ayudando a la descomprensión ni a una súbita confianza en el mañana. Es muy posible, además, que el bochornoso espectáculo de su contradictorio criterio sobre los trabajos no esenciales haya acabado con el periodo de gracia propio que se les supone a los estados de alarma. Todo ha cambiado. Ya no volverá a producirse aquel compromiso del brazo partido cuando fueron validados los primeros decretos a pesar de que aunque resonaban con fuerza el caótico episodio de la falta de material sanitario y la vergonzosa compra en China. Ahora ya, el último traspié no viaja solo. El súbito cambio de opinión de Pedro Sánchez para dar otra vuelta de tuerca al confinamiento representa mucho más que una medida preventiva. Escenifica el aislamiento voluntario al que se quiere someter en medio de la hecatombe. Su desprecio hacia el gesto consultivo con los presidentes territoriales en un Estado autonómico le retrata y erosiona su imagen institucional. Incluso, favorece la sospecha de imaginarse una posible tentación recentralizadora que bien abrazarían no solo desde la derecha. Sin embargo, una lectura más magnánima concedería al líder socialista el beneficio de la duda al haber evitado con su postura la generación de discusiones de interés particular que vendrían a resquebrajar el interés nacional de tan controvertida medida.

Sánchez se está quedando solo. No consulta con el resto de partidos. Como si quisiera demostrar que se vale por sí mismo para diseñar la hoja de ruta ante tamaño cataclismo. Muy al contrario, sencillamente es la consecuencia directa de sus dudas. A la vista de los resultados, Sánchez rectificará. Más de un diputado de la oposición guardará para la posteridad en su móvil esos impagables wasaps del presidente del Gobierno donde apenas unas horas antes de anunciar que procedía prácticamente al apagón total de la economía del país les escribía justamente todo lo contrario. Difícil encontrar un ejemplo más demoledor. Sobre esas indecisiones se generan lamentablemente las posteriores rectificaciones que aumentan la desconfianza ciudadana. Es así como prende con razón la llama del polarizado debate sobre la capacidad de respuesta de la coalición de izquierdas ante esta desbordante crisis. Ante semejante clima es lógico que cause irritación una comparecencia tan vacua como la del ministro Garzón, que solo provoca perplejidad y un irrefrenable deseo de ese minuto de gloria televisivo. Ahora bien, otra cosa bien distinta es la demoledora intencionalidad de las interminables discusiones sobre la gestión de la crisis que se vienen propagando con absoluta visceralidad y parcialidad. Han reaparecido con total virulencia las trincheras informativas y por el camino han empitonado a la Secretaría de Estado de Comunicación por su descarado control en las preguntas al Gobierno. Los dos bandos han sacado toda su munición. Nada más ilustrativo que el combate mediático en torno al improvisado hospital del Ifema y las tertulias. Guerra sin cuartel. Mientras, la curva sigue sin bajar.