ON el fin de proporcionar la seguridad adecuada para el desfile de la vida, los funcionarios de la ciudad a menudo contratan guardias adicionales. Un niño pequeño a veces se aferra a una manta o a un peluche que le proporciona una sensación de seguridad. A menudo, esta palabra se usa en compuestos, como medida de seguridad, control de seguridad o guardia de seguridad pero muy a menudo flota en el ambiente una sensación de que el peligro acecha a la vuelta de la esquina. Es por ello que se ha hecho común esa práctica que la calle llama "ponerse la venda antes de la herida". Se ha impuesto la preferencia de que a uno le llamen cauteloso antes que cabraloca.

En un mundo que prefiere la seguridad a tantas y tantas cosas, hay cada vez más gente que aplaude el sacrificio de la libre circulación en los altares de la seguridad. En las calles de las ciudades se condena cada delito y se celebra cada detención, como si la sociedad sintiese alivio ante la enfermedad que le acosa. Y en las calles, al alcance, se encuentran los comercios, tan tentador para el robo.

Es por ello que la Policía Municipal y los comerciantes de la villa han trazado un plan de seguridad para este incierto año que se avecina y para este cambio de turno, donde siempre están alerta los amigos del despiste.

No se trata de la pérdida -al menos no tan solo- de lo sustraído sino de la sensación que genera un hurto, el mal cuerpo que le deja a uno una discusión elevada de tono o caída en los bajos fondos de una pelea. Se trata de la pérdida de la tranquilidad. Hace no demasiado vi a un hombre al que no dejaban acceder a un bar porque no llevaba el pasaporte covid. El tipo argüía que no quería vacunarse y preguntado el porqué el hombre recordaba que la palabra farmacia viene de phármakos, que era el nombre que daban los griegos a las víctimas humanas de los sacrificios ofrendados a los dioses en tiempos de crisis. Hay quien encuentra una salida para todo.