S una sensación extraña, como si un nuevo telón de acero o un renacido muro de Berlín volviesen a levantarse para partir en dos nuestro estilo de vida: el de los pueblos inmersos de nuevo en índices de contagio elevados y el de los municipios donde aún no se ha cruzado la temible línea roja.

Cuando ya se podía abarrotar San Mamés y sobrevolar su cielo con el trepidante bufandeo, cuando se anunciaba que Santo Tomás bien pudiera celebrarse bajo el lema de la fiesta de la liberación, cuando nos las prometíamos... ¡zas! Ha reaparecido el covid-19 y su trepidante ritmo de expansión, al parecer, en este caso, en el corpus de aquellos que decidieron, porque así se lo dictaban sus santos deseos (o esos otros atributos a los que también se les atribuye determinada santidad, dicho sea en la versión más soez del término...) o porque en el hondón de un alma anida un miedo cerval o una precaución extrema, no vacunarse.

Volverán las oscuras medidas en nuestras costumbres, sus nidos a colgar... No tiene gracia alguna el transformismo del verso, pero es lo que hay. De nuevo el telón, el muro, la frontera. ¿Exagerado? Tal vez. Pero si juzgan que aparece en nuestro paisaje el pasaporte covid, petición del Gobierno vasco, que reclama poder implantar esta identificación en discotecas, bares musicales, karaokes y restaurantes con más de cincuenta comensales, caerán en la cuenta de que hablamos de una suerte de salvoconducto, un tú sí, tú no; aquí sí, aquí no, que nos recuerda al ayer más negro.

¿Será este un plan que habrá de trazarse cada cierto tiempo para garantizar una saludable convivencia? ¡Quién sabe! No hay experiencia alguna al respecto a la que recurrir para la comparación. En todo caso no podemos, no debemos, caer en el desánimo. Creo que hay que pelear contra el miedo, que se debe asumir que la vida es peligrosa y que eso es lo bueno que la vida tiene para que no se convierta en un mortal aburrimiento. Digámoslo bien alto: "¡Qué tontos fuimos al sentirnos libres del todo!". Repitámoslo una y otra vez como remedio a nuestra terca mentecatez. Para no ser mudos hay que empezar por no ser sordos. Y eso hicimos: oídos sordos a quienes decían todavía no, todavía no...