RECORDEMOS, no sin cierto asombro ni un punto alto de preocupación, aquel pasaje de la película Inteligencia Artificial en el que uno podía escuchar una sentencia preocupante. "Eran los años después del deshielo de los polos por los gases de efecto invernadero. Los océanos habían ahogado tantas ciudades en las costas del mundo. Amsterdam, Venecia, Nueva York, perdidas para siempre. Millones de personas fueron desplazadas. El clima se volvió caótico. Cientos de millones se morían de hambre en países pobres. En otros lados, había progreso ya que muchos gobiernos colocaron penas legales para el control natal, que fue la razón por la que los robots que no comían ni consumían recursos más allá de los de su manufactura, se volvieron un eslabón económico esencial en la cota de malla de la sociedad. Las preguntas que de ahí se deducen son inquietantes: ¿va llegando la hora? ¿Acaso es el momento de instaurar el reino de los robots? Quién sabe.

De momento, quedémonos con lo vivido ayer. La celebración de un nuevo Día de Acción Global por el Clima suena como si se celebrase un Día de Acción de Gracias que honre a la madre naturaleza y la defienda contra los ataques que llegan por los cuatro puntos cardinales. No en vano, la climatología entra en peligro y no se escuchan gritos de desesperación como se debiera. ¿Será verdad aquello que decía Mark Twain, de que el paraíso es preferible por el clima y el infierno por la compañía? ¿Será verdad que, tratándose de algo tan genérico, los pueblos no alzan todopoderosas voces de protesta? En no pocos discursos se escucha la defensa del medio ambiente pero cuando llega la hora de arrimar el hombro los presentes no son tantos. Ayer mismo, cuando el reloj dio la hora para el Juicio por el Clima, apenas eran cientos los que se arrimaron para la pelea. Menos, muchísimos menos de los que debieran. Que debiéramos.