AS pasiones son como los vientos, que son necesarios para dar movimiento a todo, aunque a menudo sean causa de huracanes. Las pasiones son jóvenes en su edad y tan viejas como cualquier otro sentimiento. La pasiones son el motor del mundo y el obstáculo que puede provocar que todo se estrelle. Viene al caso esta reflexión habida cuenta que en Termibus se ha detectado una "horda de salvajes" (sic) -acabo de escuchar una descripción así en la emisora de radio que me acompaña en el primer café de la mañana...- haciendo guardia para desplazarse, para zarpar hacia nuevos mares que les garanticen algo de diversión en el cambio de aires tan propio de estos días. Es la juventud, la edad más apasionada, a la que ahora han colocado en el ojo del huracán, culpándola del penúltimo repunte tras los sucesos de Mallorca. Son los justos de siempre, pagando por pecadores habituales. Nada nuevo bajo el sol del verano. El contrapunto a la noticia de que la estación de autobuses recupera el trepidante ritmo cardiaco de estas fechas aparece cuando uno analiza el tráfico viario durante los días más negros de la pandemia. Visto el drástico descenso del tráfico rodado a lo largo de 2020 uno comprueba de manera empírica, con la fuerza de los números, que es verdad aquella sensación que tanto nos sobrecogió: el mundo se paralizó durante un tiempo. No es que nos perdiésemos horas de vida, sino que fue el propio reloj vital el que se escachifolló. Vamos, que aunque nos hubiesen dado manga ancha para movernos y desplazarnos por donde quisiéramos en un pase per nocta solitario, no lo hubiéramos hecho. ¿Para qué, si íbamos a estar solos? Al fin y al cabo, movernos está bien. Muchos lo intentarán estos días veraniegos, donde da pereza casi todo menos buscar un lugar agradable y distinto al gris nuestro de cada día. Pero lo que de verdad nos duele es no poder encontrarnos con el otro, con la otra. Con la gente que está dispuesta a disfrutar igual que tú. Ese era el castigo. El sufrimiento, sí. Pero en soledad.