A voz de la calle nos lo advierte desde hace tiempo ya: la esperanza es un buen desayuno pero una mala cena. Ese es el sueño de los que están despiertos, nos dijo Carlomagno. Y en los últimos días, cada vez con un trozo de cielo azul más grande sobre nuestras cabezas. De una puerta que se abre cuando otra se cierra nos habló Cervantes y así hay mil y un ejemplos más. Les hablo de este sentimiento, si es que se puede llamarlo así, ahora que coinciden en el tiempo dos cuestiones de buen ver: la posibilidad de coger hora on line para vacunarse (casi de inmediato podrán hacerlo los profesionales de educación -docentes de Primaria, Secundaria, Bachillerato y Formación Profesional, así como personal de comedor, cocina y transporte- y muy pronto el personal de puertos y de supermercados, fisioterapeutas y conductores de transporte públicos...) y de reservar una mesa en los restaurantes, ahora que uno puede acercarse a su apeadero favorito, siempre y cuando esté en Euskadi. Citas para vacunarse y para la sobremesa: citas con la esperanza.

Sabemos, por experiencia, que la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose. ¿Cómo no tener fe en ella? No en vano, hemos de ser conscientes de que esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien porque sí, porque uno cree que así será, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte. Hemos esperado tanto tiempo a que llegase esta hora que solo con intercambiar nuestro nombre y apellidos por un número para la cola ya nos parece una gran noticia: que hay cola que guardar. El orden será más que necesario pero el puesto en la cola nunca se aleja, va acercándose a su destino final al paso que se pueda. No irse más allá sino acercándose es una ilusión que hoy me apetecía aplaudir con ustedes.