QUIENES dan cuerda al reloj y son puntuales en sus pagos saben que el gobierno que con una mano exige aumento de impuestos debe con la otra procurar el aumento de la riqueza. Entendido así, no parece de recibo jugar a la inversa o a la contra, pero siempre hay tardones, hombres y mujeres que, más allá de la puntualidad, empujan a los seres humanos a llegar con retraso en la paga de lo debido, cuando uno o una no ponen la voz en el cielo y detallan, en sus impuestos, en la decisión del gobierno de ponerse al día.

Es curioso, pero la tendencia es la de buscar una grieta en los muros. En estos casos los investigadores, sheriffs de mucho calado, vienen a decirnos que el IVA es el lugar elegido por la contribución para no cuadrarse ante los números. Ese "sí, señor" propicia que más de uno (en realidad, que más de miles...) entre en duda. No por nada, parece un error generalizado reclamar dinero a aquellos que están por debajo incrementando impuestos cuando no se ha dado ejemplo en austeridad. He ahí un error que se repite de generación en generación y que se entiende, siendo uno de ellos alguien anónimo, un castigo innecesario e inmerecido.

Nosotros, los mortales, carecemos de conocimiento de primera línea. Así, a la hora de pagar impuesto como Dios manda nos cuesta ver qué es lo justo y qué no. Nuestro sistema fiscal es una maravilla: el que tiene más, paga más, y el que tiene menos también paga más, algo que no sienta bien al contribuyente. Esa desigualdad es la provoca el mirar para otro lado, algo común en estos tiempos.

Los diferentes servicios de Hacienda llevaron a cabo el año pasado 487.174 actuaciones enmarcadas en el plan de lucha contra el fraude fiscal, que permitieron aflorar 504,1 millones de euros. En comparación con el ejercicio anterior, se descubrió una mayor cantidad de fraude. Eso es digno de castigo.