DICE el canon que los gitanos son los miembros de un pueblo nómada con la piel y el pelo oscuros, que hablan romaní y que tradicionalmente vivían del trabajo estacional y de la adivinación. Se cree que son originarios del norte de la India, pero ahora viven en todos los continentes, sobre todo en Europa, África del Norte y América del Norte. ¡Qué viejo suena el canon, carajo!

Más poética suena la idea de pensar que la ley gitana es la de los caminos, la de la naturaleza y la tierra, la de la libertad. Más certero sentirles como un pueblo duro, más duro que un clavo de ataúd. Sumándolo todo, con sus verdades y sus prejuicios, con nuestra mirada paya y nuestro desconocimiento, solo se me ocurre un adjetivo: supervivientes.

¿Se habló de algo de ello ayer junto al Árbol de Gernika? Supongo que no. Que todo fueron celebraciones y gratitudes. Las Juntas Generales de Bizkaia se han sumado a la celebración del Día del Pueblo Gitano en Euskadi, con un homenaje en la Casa de Juntas al que acudieron Ramón Motos, vicepresidente del Consejo Gitano del País Vasco, y Marcelo Borja (Tito para su pueblo...), gitano de respeto, así como mujeres y hombres que forman parte de asociaciones gitanas.

Cuántas veces no se han cruzado en el camino el miedo payo y la distancia gitana, un pueblo en su mundo. La visita de ayer quedó inmortalizada con una fotografía ante el Árbol de Gernika, cuyas ramas cobijan a toda la ciudadanía vasca. La instantánea es el espejo en el que mirarse, la constatación de la necesaria convivencia en igualdad desde el respeto a la diversidad. Es la demostración de que el mejor de los futuros posibles es el de un mundo de pueblos, una tierra de hombres y mujeres que son capaces de encontrar en el camino hitos de concordia, una fuente de la que beban todos.