A noticia trajo consigo una aparición del ayer, cuando las cosas eran de otra manera y en Lezama se vivía como en una acogedora familia, bien avenida. La noticia fue la muerte de Jesús Rentería, el guardián de aquel Athletic donde todo era cercano y cariñoso. Con Jesús, en su casa, durmieron varios apellidos de paso por el club (el vínculo con Hoeard Kendall fue casi legendario...) y siempre tuvo un gesto de cariño para quien se acercaba al santuario del Athletic, incluida esa manada de lobos negros: nosotros y nosotras, el periodismo. Jesús fue padre acogedor y amigo confidente, un hombre que halaba de tú a tú con los futbolistas, despojados del aura de semidioses con la que los han investido. Tomaba café o un respiro con nosotros (no olvido aquellos días en los que se puso a hablarme de mi padre y la emoción le resbalaba por las mejilla, algo contagioso, por lo que se ve, porque acabé a lágrima viva a su lado...) y te preguntaba por la familia. Te saludaba en la calle cuando te cruzabas con él. Era un tipo normal. Iba a escribir que era uno de los nuestros pero hubiese mentido. ¡Qué va! Era mejor que muchos de nosotros.

Murió Jesús esta semana que no había Liga, quizás para no molestar ni distraer. Hoy cuando Ziganda regresa a Lezama -va a medirse con el Amorebieta...- era inevitable acordarse de Jesús. También el Cuco se dejó la piel en aquellos campos y llegó a dirigir a los cachorros en Segunda División. También él hizo familia durante una década y también dejó huella. Mirará hoy, con preocupados ojos, el peaje que está pagando el Bilbao Athletic en la Primera RFEF, una categoría de bronce en la que conviene andar con pies de plomo si uno aspira a la resistencia. ¿Qué no daría hoy el Athletic por contar con el gol de Ziganda, no ya en el equipo filial sino entre los leones? Es agradable que a uno le visiten los viejos fantasmas de vez en cuando para que no los olvidemos. Agradable y necesario.