A crisis afgana ha representado el mayor fracaso de Occidente en el escenario internacional en lo que llevamos de siglo XXI. Cierto es que en el territorio asiático nunca gana nadie. Ni lo han hecho las potencias de ocupación en toda su historia, ni los regímenes talibanes, que hasta hoy han sido también incapaces de establecer gobiernos con un mínimo de orden y que suponga a la población afgana los mínimos vitales para salir de la pobreza. En Afganistán siempre pierden los mismos, las afganas y los afganos y tras guerras concatenadas década a década, salvo los intereses armamentísticos y los relacionados con la droga, es difícil cantar victoria. Es uno de esos territorios y, por desgracia, ni mucho menos el único en el mundo, donde reina el drama y la desolación. La Unión Europea pregona internacionalmente que quiere ser el adalid de los derechos humanos y el Estado del Bienestar, un ejemplo a seguir por quienes creen en la democracia y la libertad como sistema de convivencia humana idóneo. Sucesos como los vividos en Afganistán ridiculizan esta intención y nos obliga a un profundo proceso de reflexión sobre el papel europeo en el contexto multilateral protagonizado por la lucha hegemónica entre EE.UU. y China.

En las misiones que los Estados de la UE han llevado a cabo en Oriente Medio y en Afganistán, los europeos hemos acabado siendo testigos de cargo de los errores cometidos por la Administraciones estadounidenses. Las decisiones siempre partieron de Washington y cumplimos el triste papel del cuñado amable que no quiere incumplir los compromisos con el aliado y jefe de familia e intenta no quedar mal con el mundo asolado por la intervención de la bandera de las barras y estrellas. Que salga barato y sin mucha sangre, ese sería el terrible resumen de nuestras hazañas bélicas siguiendo la estela norteamericana. En una palabra, no hemos tenido la esencia de cualquier actuación: independencia o soberanía en las decisiones. Por no tener, no hemos tenido ni capacidad propia de información y análisis de los escenarios donde se intervenía y, menos aún, diplomacia persuasiva para disuadir a los Estados Unidos de los errores que se podían cometer.

Hemos sido cuñados amables, pero además adolescentes en nuestro intento de ser alguien en el mundo como Unión Europea y aquejados como tales del síndrome de Peter Pan. Volamos, volamos y volamos por el mundo irreal, sin querer aterrizar nunca en los problemas. Porque eso significaría asumir riesgos y pagar altos costes económicos y en seres humanos. Nos ha venido muy bien que el trabajo sucio lo hicieran otros, para luego hablar de reconstrucción del país invadido, intentando colocar a nuestras empresas europeas las primeras en las listas de licitadores de proyectos. Si queremos ser influyentes y determinantes internacionalmente, como señala la Estrategia Europea 2030, nos vemos obligados a ser creíbles allí donde estemos y eso lleva implícita la unidad en la toma de decisiones de los 27, salirnos del seguidismo de EE.UU. y la OTAN, poner recursos económicos para hacer diplomacia multilateral y activar el pilar de Seguridad y Defensa de la UE.

La única bandera que la Unión Europea puede enarbolar por el mundo para ejercer un protagonismo cierto en las zonas de conflicto y favorecer la distensión, es el de la defensa de los valores y principios sobre los que se asienta Europa. Derechos, libertad, democracia, deben ser la inspiración de nuestra Acción Exterior y eso significa ser como la mujer del César, también parecerlo. Si internamente, Estados miembros como Polonia, Hungría y Eslovenia, que aun por encima representa en estos momentos la presidencia de turno de la UE, incumplen el Tratado de la Unión, es imposible que tratemos de imponer a los talibanes el respeto a las minorías, las mujeres o la infancia en su país. Dicho esto, aprender las lecciones extraídas del desastre la acción de Occidente en Afganistán, también supone comprender que la democracia occidental no es un producto envasado que se exporta y se consume en Kabul o Damasco. El simplismo de Estados Unidos lo hemos pagado muy caro los europeos. Seamos más inteligentes y dediquemos recursos a los centros de análisis de la realidad internacional europeos, a servicios de inteligencia comunes y a la cooperación económica eficaz en el origen de los conflictos. Solo así seremos alguien en el mundo.