Dicen los descreídos que siempre hay una estadística para justificar una mentira y, la verdad, se hace uno del gremio en determinadas ocasiones. El alza de los precios se está moderando, según dice la estadística, si es que un 8,3% de subida media interanual en el Estado -un 7,8% en Euskadi- se puede considerar así.

La realidad de los bolsillos más humildes es mucho peor porque la cesta de la compra media, esa que incluye artículos de lujo -aviso de sarcasmo- como la pasta, la harina, la fruta fresca, el pescado, el pollo o el pan, se ha encarecido, según producto, entre un 10 y hasta un 25% en un año. ¡Hasta los huevos cuestan un 21,6% más!

No se trata de buscar al comisionista coyuntural porque es seguro que no lo hay. Cada componente de la cadena de producción y distribución ha sufrido a su vez un incremento de coste por la energía o los carburantes. Pero, en este caso, la expectativa de un cambio de coyuntura no es suficiente. El verdadero debate pendiente es el de unas políticas que garanticen la sostenibilidad del suministro y esa sostenibilidad pasa por garantizar el acceso de la ciudadanía a productos alimentarios de calidad mediante un sistema de producción cercano al consumidor. No se trata solo de una soberanía alimentaria que en nuestro caso, sencillamente no puede aportar autosuficiencia por puro volumen de nuestra población. Se trata de articular mecanismos que eviten el encarecimiento excesivo. ¿De qué sirve bajar el IRPF si pagan el pan al mismo precio las rentas exorbitadas que las de miseria? En su lugar, propongan aplicar a los alimentos un tipo 0% de IVA (está al 4%) y una batería de políticas públicas que rescaten el sector agroalimentario en favor del productor y el consumidor. Pero no cuelen el rollo de la rebaja de impuestos, que es mercancía caducada y sale carísima al que menos tiene. A precio de aceite de oliva (+45%).