Corremos el riesgo de enfocar la crisis que se nos viene encima a través de lo que nos resulta más visible, que es la protesta de los autónomos del transporte. E, incluso así, todavía podemos caer en la sensación de que lo único que pasa es que faltan productos en los supermercados. Si así fuera, bendito problema.

La crisis de abastecimiento no está en el comercio. Lo que hay es una crisis de exceso de demanda, de exceso de compra -ni siquiera de consumo- de determinados productos. Por eso se acaban en las estanterías de los grandes centros de compra y no en el comercio minorista. Se acuerda uno del camarote de los hermanos Marx, cuando Groucho pedía al camarero la cena y se iban sumando una lista irracional de comida imposible de consumir, mientras Chico apostillaba cada vez "y también dos huevos duros". Nos bastaría con un consumo racional porque, si lo que queremos son dos huevos duros, lo demás es prescindible.

Pero esto va de mucho más. Va de que no resiste la apuesta por una producción competitiva a base de una manufactura más barata porque hay que transportarla desde la otra punta del mundo -crisis de suministros-. Va de que mover productos requiere unas energías que importamos -crisis de petróleo-. Y que producir aquí depende de una electricidad cara porque se refiere no al coste de generación real sino al más costoso -crisis de mercado eléctrico-. Al gas ruso no lo sustituye el americano o el catarí. Ambos son más caros pero, además, el primero supone una ventaja competitiva para la industria estadounidense, que lo paga cinco y hasta diez veces más barato que lo que nos lo venderán a nosotros. El cambio que nos toca encarar es el de alcanzar la autosuficiencia energética y de componentes clave para la industria de mayor valor añadido. Simplificando: megavatios y microchips. Y también dos huevos duros, claro.