DMITO que no tengo cierta querencia a chapotear en charcos, aunque los salpicones me lleguen luego hasta la coronilla. Así que voy a a meterme en la crucifixión de Carmen Mola. La ganadora del Premio Planeta que resultó ser tres señores no era un pseudónimo. Era una operación de marketing. No voy a entrar a considerar si tres escritoras escondidas tras el nombre ficticio de Carmelo Lopeta, por poner el caso, habrían alcanzado los mismos niveles de best seller para sus publicaciones. Sí me pregunto si lo que vendía era la calidad de sus historias cuasi gore o el hecho de que se presumiera que las escribía una mujer.

De hecho, no creo que realmente estemos ante una apropiación de la cultura de género, como en el caso de apropiaciones culturales que imitan a las realidades nativas para comercializarlas, aunque tenga su punto. Desconfío de que, siendo tan buenos los autores, se embarcaran en inventar un personaje que es, en el fondo, un pequeño fraude. O uno grande, claro, que ya se sabe que el tamaño real de las cosas depende de la distancia desde la que se miren. Para mí, de lejos, es pequeño; para una lectora o lector que haya conectado con Carmen Mola hasta las entretelas, puede ser un engaño de proporciones bíblicas. Yo solo digo que Agustín Martínez, Jorge Díaz y Antonio Mercero son Tootsie -película que encontré un punto misógina, la verdad- o Milli Vanilli. Bien se creían despreciados profesionalmente frente a la tiranía de la imagen mercantil y optaron por jugársela, no ya a sus editores, sino a su público; o estaban cómodos siendo las voces que cantaban realmente mientras la audiencia se congraciaba con la imagen contoneante de Fab Morvan y Rob Pilatus que, como Carmen Mola, tampoco existían como artistas. Porque lo que he descartado es que les motivara la sana voluntad de satisfacer la tierna ilusión ajena de quien se pone -gratis- una barba de Olentzero.