ONTRA lo que algunos aún piensan, la Alemania de Angela Merkel no glosa en la primera estrofa de su himno aquel "Deutschland über alles" -Alemania por encima de todo- que se asentó como melodía nacional en los últimos años 20 y, aunque su sentido tenía que ver con el proceso de unificación del siglo XIX, aún lo asocian al nacionalsocialismo.

La Alemania que dejará Merkel después de la selecciones de mañana quiere ser más lo que dice la actual primera estrofa de la sonata: unidad y justicia y libertad. No voy a glosar aquí el ideal nacional alemán sino a incidir sobre cómo ha marcado el modelo de construcción europea de este siglo. Cómo la locomotora económica de la Unión Europea pasó de tirar de los socios menos aventajados como contribuyente neto a dictar la austeridad a ultranza como dolorosa salida a la crisis de 2008. Una estrategia denostada por todo el que cree en las virtudes del sistema de protección social y su papel equilibrador a través de los servicios públicos. Aquella estrategia, que se disfrazó de refundación de la economía y reforzó los vicios de la financiera, ahondó la brecha de la calidad de vida entre el norte y el sur cuando aún no se había cerrado la del oeste sobre el este. Esa misma Alemania ha sido, no obstante, actor imprescindible para un nuevo modelo de cohesión mediante la asunción de su papel en la reconstrucción pospandemia, en la necesidad de corresponsabilizarse en la financiación de quienes más sufren en los mercados de deuda. Su apoyo a los bonos europeos ha sacado del abismo de la prima de riesgo a los más castigados por ellos. No hacen falta altares ni olvidar los errores o la mano dura del pasado; basta admitir que Angela Merkel ha sigo agente central de ese aprendizaje en primera persona al comprender que el bienestar de su país está ligado al de sus socios europeos. Por encima de todo. Veremos lo que viene.