L 'think tank' de la Villa y Corte -es decir, quienes marcan la pauta de lo que debe interesar a la ciudadanía y puede alimentar sus propios intereses- ya nos advirtió que el día de ayer se jugaba poco menos que el futuro de la democracia. Con las primarias del PSOE en Andalucía y la sucesión de Pablo Iglesias se suponía que las izquierdas se la jugaban; con la concentración de las derechas en la plaza Colón, se tonificaba el músculo del nacionalismo español antinacionalismo ajeno. Lo de las izquierdas españolas resultó no ser un Rubicón sino poco más que un charco que el mismo Julio César habría cruzado sin arengas. Lo de las derechas, que pretendía ser un juntos pero no revueltos contra los indultos al independentismo catalán no lo logró. Porque de Colón no sale una foto pero sí un cordón umbilical que ni al más torpe le puede coger por sorpresa. Las apelaciones a la unidad de esas derechas, por mucho que se disfrace de apelación a la Constitución y al estado de derecho, han creado un vínculo del que los asistentes no pueden desligarse sin perder como votantes a quienes incitaron a acudir. La derecha española ha convertido la represión del soberanismo periférico en el eje de su propuesta a la sociedad. Sin planes de futuro, de reconstrucción económica, con la imposible ecuación de equilibrio económico, modelo de bienestar y rebaja de impuestos sin resolver, les queda el "a por ellos". Lo más rancio del discurso social y político se mostraba a gala como vanguardia intelectual con el único denominador común de ser "más español y muy español", que diría Mariano Rajoy -al que acabaremos añorando-. Un Vargas Llosa alineado con candidatos corruptos en su país tras su propio fracaso; una Rosa Díez cuya deriva política la arroja a los mismos modelos nacionales que la ultraderecha, son la retaguardia ética de la involución. Casado, Abascal, Arrimadas, juntos y revueltos.