ANTA ilusión amasada y hoy se miran con nostalgia aquellos días. No digo que el 15-M no haya tenido una influencia en la transformación del panorama político del Estado. Solo que no fue punta de lanza del fenómeno global de los indignados y no escapa a la maldición cañí del escaparate madrileño. Que derivara en un partido político al uso, como hoy es Podemos, es pura anécdota. La categoría la constituye el hecho de que la "democracia real ya" se volvió insostenible en cuanto trascendió el mecanismo asambleario con el que se visibilizan las organizaciones estudiantiles. La cohesión de la asamblea de 200 se vuelve más etérea cuando intenta movilizar a 2 millones: firmes en la exigencia y volátiles en las soluciones. Que el movimiento que pretendía sustituir la dinámica política de izquierda-derecha acabara reivindicándose como la nueva izquierda o la izquierda auténtica explica que haya caído en el convencionalismo político que criticaba. La emoción de aquella primavera y aquel verano no fue estéril, seguramente, pero la conciencia colectiva que se respira en esos momentos eufóricos no es tan firme como nos gusta creer. Conozco a un entusiasta del 15-M que, para resumir la experiencia, te enseña un selfi de hace diez años en la Puerta del Sol. Pero no sabe los nombres de los que le acompañan en él.