O de que el miedo es libre sirve para zanjar muchas discusiones sobre el compromiso, la implicación o la responsabilidad. Y va a estar en las de la necesidad de vacunarse contra los coronavirus. Porque no existían mecanismos para combatir la enfermedad pero, ahora que nos acercamos al momento de utilizarlos, ninguno queremos ser el primero: el miedo es libre. Y hay miedo. Sobran argumentos acientíficos, de los que apelan a la prevención atávica de la propia integridad física. Lo nuevo es sospechoso. Pero el miedo es precisamente un factor de evolución social. La Historia -así, con mayúscula- tiene en el miedo un factor de desarrollo. Por miedo nos agrupamos en manadas para protegernos de un entorno hostil. Por miedo creamos ciudades y, a continuación, evolucionaron a modelos de relación más complejos, donde a la conservación, a la seguridad, se unió la utilidad y de ahí la conveniencia. Por miedo, no nos engañemos, investigamos la atención médico sanitaria. Y aquí estamos, cuando por miedo dudamos de protegernos colectivamente con una vacuna. Pero el miedo ya no es libre. Nos atenaza individualmente pero nos desocializa colectivamente. Y, si no basta la empatía, el compromiso de convivencia, ahí está el instinto atávico que nos hizo acurrucarnos unos junto a otros frente al entorno hostil. Porque este de la enfermedad lo es.