O es fácil casar el realismo práctico y el voluntarismo militante. El primero suele ser difícil de explicar, doloroso muchas veces; decepcionante en ocasiones. Entregarse al segundo es vivir en la cuerda floja. Hablemos del impuesto al diésel. El realismo práctico advierte del impacto en términos de costes, de competitividad, de empleo. El voluntarismo militante reclama medidas drásticas de compromiso. En términos reales, nada acredita que la subida de unos céntimos en el litro de diésel fuera a reducir su venta al gran consumidor, el que consume miles de litros al año por su actividad económica. El pequeño usuario ya paga más por la gasolina y nada indica que dejaría de hacerlo el del diésel. La sustitución de energías sucias es un proceso que exige un compromiso constante pero depende de una competitividad que las nuevas tecnologías han alcanzado en la última década y que necesitarán varias más para sostener nuestras necesidades. El gesto tranquiliza al voluntarismo pero compromete una viabilidad socioeconómica cuyo coste en empleos nadie quiere pagar. La necesaria protección del medio ambiente también requiere de realismo práctico. De mecanismos que provoquen una transformación impenitente hacia la economía verde. Con constancia pero sin atajos para la galería.