EL común de los mortales miramos con cierta distancia toda esa algarabía de los mercados financieros, de las Bolsas y las divisas. No invertimos en acciones ni nos dedicamos a la compraventa de dólares o yuanes como forma de vida y seguirlo nos resulta engorroso. Nos dicen que estamos a las puertas de una guerra de divisas entre Estados Unidos y China. Como ya llevamos algún año viviendo en medio de una guerra comercial desatada por Donald Trump contra todo lo que se menea, pues mi-ramos como las vacas al tren. Las economías familiares tienen, en primera instancia, otras prioridades. En primer lugar, llegar a fin de mes; a continuación, el que tenga margen, ahorrar un poquito para más adelante o para permitirse un esparcimiento. Esto de la macroeconomía nos queda demasiado espeso para que nos quite el sueño además de las cosas que ya nos lo quitan. Pero ocurre que la microeconomía doméstica hace ya años que cayó en la trampa que la sitúa como daño colateral de los juegos florales entre grandes intereses económicos. No hay forma de evitar que el cruce de sopapos entre esos intereses acaben aterrizando en nuestras caras. Si usted es capaz de ahorrar un dinero, la fórmula de ahorro que su entidad financiera le administra está referenciada en la renta fija -la deuda que en situaciones de inestabilidad suele cobrar por depositar y no pagar interés- o en la variable, cuya referencia al valor de los mercados financieros -índices, acciones, divisas- lleva tiempo restando de las cuentas, las carteras y los fondos de inversión. Y ya, si hablamos de los fondos de pensiones, se cisca uno en el de Pekín, en el de la Casa Blanca y en la santa de todos ellos.