Alguien analizará cómo aquellos frikis que se hicieron millonarios con su clarividencia tecnológica –y nos sedujeron con sus obras altruistas, su compromiso ecológico y una forma nueva de entender la oficina, con spa y zona de copas– amanecieron un día con garras, secuestrando emocional y físicamente a sus empleados en entornos cerrados y alimentando la explotación de recursos –agua, energía, minerales– y personas en favor del progreso... de su cuenta. Las amamas y aitites no estarán para contarnos cómo les pasó antes a ellos con sus propios próceres.
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