LA realidad se abre paso al ritmo que ha impuesto el Athletic. El subjetivismo ha dejado de ser ese recurso interesado al que tanto se apela en el fútbol porque simplemente no es necesario ahora que los resultados mandan y para bien. Son números contantes y sonantes que solo admiten una interpretación. El paso de las jornadas ha difuminado el temor a que la reacción fuese pasajera, fenómeno que a menudo coincide con el cambio de técnico. Cubierto más de un cuarto de campeonato con Garitano, carece de sentido cuestionar la fiabilidad del rumbo emprendido por el equipo. Queda otro tanto, en concreto trece partidos, para ir despejando incógnitas, pero hay una que se antoja resuelta: diez puntos tejen un mullido colchón de seguridad.

Ya ni la proverbial mesura del míster encaja con la coyuntura. Después de vencer al Eibar, el hombre no tuvo más remedio que hacer una pequeña concesión a la galería. Vino a decir que la prudencia y la ambición no son incompatibles y es que tampoco se trata de ir a contracorriente cuando el personal echa un vistazo a la clasificación y se frota las manos. No conviene subirse a la parra aún, sostiene el profesional mientras a su alrededor se entonan himnos europeos. El repaso a la prensa de ayer refleja que la terca realidad ha alterado las expectativas.

El Barcelona, con el que por cierto se firmaron tablas, habita en una galaxia distinta y los dos representantes más cualificados del fútbol madrileño también quedan fuera del alcance. A partir de ahí, cuarta plaza, empieza una escalera asequible, siempre y cuando el trabajo se haga con idéntica aplicación, por supuesto. A seis puntos se halla el Getafe, a cuatro Sevilla y Alavés, tres más posee el Betis y uno de margen tiene la Real (que juega esta noche). Sin olvidar al Valencia, con el que hoy aparece empatado. Qué duda cabe que el Athletic se meterá en el ajo si no se desvía de la senda por la que camina con enérgica zancada.

Desde que ha abrazado el rompe y rasga con que se describía en estas páginas la fórmula que le permitió sumar tres puntos más el sábado, la progresión no cesa. Es absolutamente normal que un conjunto que se habitúa a dejar a cero su portería presente su candidatura a premio. Defenderse bien siempre ha figurado como premisa para llegar lejos, en cualquier categoría, pero de un tiempo a esta parte se observa que en Primera División vale más eso que todos los argumentos ofensivos juntos, una vez descontado Messi. Si defiendes con orden y ardor, sacas adelante la mayoría de los compromisos. El Athletic lo puede atestiguar, pero hay más ejemplos que avalan la afirmación.

El Atlético sería un exponente. Reúne muchísima calidad, futbolistas desequilibrantes, muy dotados técnicamente, pero el cicatero Simeone prefiere cargar la mano en la destrucción y son ya muchos cursos los que acumula peleando por títulos. Quizá sea más aleccionador el caso del Getafe, donde Bordalás da rienda suelta a los dos o tres mandamientos del catecismo en que se ha inspirado desde que comenzó a entrenar en la Regional de su tierra. La fama de áspero, duro, marrullero, en fin, a gusto de cada cual, que gastaba y gasta, luce hoy cosida al escudo del modesto equipo que ha colocado en posición de Champions.

Bordalás no tiene gente del nivel de Griezmann, Saúl, Diego Costa, Morata, Koke, Lemar, etc. Se las apaña con tres delanteros bonitos (Molina, Ángel y Mata) que aprovechan la mínima gracias a la labor de zapa que el grupo despliega obsesivamente. El Alavés, con menos argumentos creativos aún, pertenece asimismo a esta clase de conjuntos que dan espectáculo en el marcador, no en la hierba. Como el Athletic de Garitano. En definitiva, la autoproclamada Liga de las Estrellas está como está: triunfan los especialistas en defender.