a nadie le agrada perder, pero la sensación es peor si es de mala manera. La derrota duele más aún cuando no se ha previsto y la magnitud del mosqueo se eleva al cuadrado en el supuesto de que produzca coincidiendo con lo que se entiende una buena ocasión para conseguir precisamente todo lo contrario. El sábado falló el cálculo que se había realizado para Anoeta, por mucho además. La puesta en escena fue impropia de este equipo, del de Gaizka Garitano se entiende, y lo más preocupante fue que a lo largo de los noventa minutos la reacción brilló por su ausencia. Esto último, una manifiesta incapacidad para rebelarse e invertir una situación adversa, es sin duda lo que deja en evidencia a los protagonistas.

Como explicación al hecho de no entrar bien al partido se podría aducir que tuvieron un mal día, algo que no admite discusión puesto que casi todos los que intervinieron ofrecieron un nivel inferior al que se les presupone. Hasta ahora habían demostrado que forman un colectivo muy competitivo y de repente resulta que en el derbi actúan como sombras de sí mismos, aparecen flotando sobre el césped. Le puede pasar a cualquiera, de hecho lo vemos cada jornada, aunque en el caso del Athletic es menos entendible que no se rehiciese según avanzaba el cronómetro y hasta el final jugase como si no supiese qué hacer.

Aquí hay que reparar en la influencia del primer gol recibido. La notable mejoría que se ha experimentado con Garitano se fundamenta en toda la parte del trabajo que se efectúa sin balón. Defendiendo con gran eficacia, el Athletic ha generado superioridad sobre sus rivales hasta el punto de que se ha valido de ello incluso para adueñarse de la iniciativa, en el sentido de que ha marcado la pauta en sus compromisos. Mostrándose tremendamente seguro había logrado orientar cada partido a su favor. No incurría en fallos y acababa beneficiándose de los que cometía el contrario, convirtiendo cada duelo en una especie de guerra de desgaste.

Un planteamiento interesante y rentable mientras la portería propia permanece inmaculada. Una idea adecuada en un contexto clasificatorio de extrema necesidad y, como se ha visto, relativamente fácil de asumir y desarrollar por parte de la plantilla. No es casualidad que el denominador común en la serie de siete jornadas consecutivas sumando fuese que el Athletic en ningún momento estuvo por detrás en el marcador.

De ahí la importancia de funcionar a tope desde el minuto uno. Concentración, agresividad, decisión y generosidad, han sido los rasgos distintivos del conjunto frente a rivales de todo pelaje; serían las virtudes que han moldeado una personalidad definida que, lógicamente, se apoya en unas consignas de índole técnica muy elementales. El ya manido orden táctico de Garitano, casi la antítesis del que regía previamente a su nombramiento, a modo de guía para invertir toda la energía en el deseo de ganar.

Nada de lo anterior se vio en Anoeta, lo cual se tradujo en un gol tempranero en contra que alteró de raíz las condiciones idóneas para aspirar al éxito. Frente a la Real se hizo mal el trabajo que había fortalecido al equipo y una vez que nada tuvo que proteger, forzado a remontar el marcador, salieron a flote las carencias para construir, más acusadas con terreno y balón, ambos elementos voluntariamente cedidos por el rival. Entonces, en la segunda mitad, asistimos a una ración extra de impotencia. Si ya previamente estuvo torpe para desdoblarse, impreciso e inseguro porque tampoco logró un equilibrio que frenase los avances realistas, desde el descanso protagonizó un formidable atasco. Hasta la conclusión percutió sin ideas ni ritmo, casi no creó peligro, sus argumentos ofensivos fueron paupérrimos, insuficientes para cuestionar el triste desenlace.

Volver a activar los resortes de la intensidad y la aplicación máximas del uno al noventa es la tarea pendiente para volver a la buena senda. Insistir en el abecé. No hay más.