Aveces ocurren este tipo de fenómenos paranormales, cada día más corrientes. Los sueldos, las subvenciones o las concertaciones guardan parecido con la merluza de menú: todos están congelados. Vivimos una nueva glaciación, la sexta Edad del Hielo de la tierra, sin que ese frío polar se regristre entre las isobaras que trenzan los mapas del tiempo de nuestros informativos. A uno le deja frío la paga, a otros se le congelan las cuentas en la empresa y son muchos los que sienten escalofríos cada vez que se aproxima la hora de renovar una subvención o una concertación. Día a día la necesidad es la misma: buscar cómo y con qué calentarnos los huesos.
Anuncia ahora la Diputación la decisión de congelar el precio de las plazas concertadas en las residencias y se escuchan los lamentos a kilometros de distancia. Se quejan los empresarios porque piensan que la cesta de la compra y de los gastos se encarece y se quejan los trabajadores porque ven que la paga sufre los daños propios del frío: encoge. Al menos esa sensación les queda a la hora de sacarle partido al salario mes a mes.
Les hablaba antes de la merluza congelada y me viene bien el simil para explicar lo que parece que pasa ahora: la pescadilla que se muerde la cola. Como quiera que desde el Palacio Foral no ven que se haya firmado un nuevo convenio laboral entiende que, si no se incrementa el gasto laboral, tampoco es necesario subir la prestación. Visto desde fuera con ojos profanos, da la sensación de que la patronal espera una inyección económica, es de suponer que también para subir la paga. Lo dicho, la estampa, desde lejos, recuerda a la inmortal escena del camarote de los hermanos Marx.
¿Qué solución se otea en horizonte? Compleja. Todos creen tener razón y, lo que es más difícil de resolver, parece que todos la tienen, en mayor o menor medida. Da la sensación de que la única salida posible, si se pretende salir del atolladero, es que todas las partes cedan en el grueso de sus pretensiones, las adelgacen un punto. Lo temible es que ese consenso no se ve cercano. De la misma forma que dos no discuten si uno no quiere, parece que hasta la fecha las partes implicadas no parecen dispuestas a renunciar a la pelea ni a dar su brazo a torcer.
Si han soportado la lectura hasta aquí habrán visto que aún no se ha nombrado al pagano de esta situación, el usuario de una residencia que esperaba horas más plácidas a estas alturas de su vida.