a veces ocurre que un acontecimiento, ya sea por inesperado, ya por trascendental, acapara de tal manera la atención, que oculta y minimiza cualquier otro por más que éste sea también trascendente. El pasado sábado día 9 se celebraron con una masiva afluencia de participantes sendas manifestaciones en Bilbo y Baiona en reivindicación de los derechos fundamentales para los presos políticos vascos. Ambas concentraciones, especialmente la de la capital vizcaina, fueron lo suficientemente potentes como para haber provocado una importante atención mediática, pero la casualidad quiso que coincidieran en el tiempo de forma imprevista con el acuerdo in extremis entre Junts pel Sí y la CUP. Un acuerdo por el que ya nadie apostaba y que impulsaba de forma definitiva al procès por la independencia de Catalunya.
Nadie podrá negar que el acuerdo catalán suponía un acontecimiento político de importancia capital, y teniendo en cuenta que la manifestación por los presos es ya un acontecimiento anual casi a fecha fija, es lógico que la eclipsase mediáticamente y tuviera una atención social debilitada y con sordina. Y ello independientemente de que para los millares de personas que participaron en el acto, para sus organizadores y para los directamente afectados -los presos y sus familias-, aquella movilización multitudinaria fue algo más sentido y más motivador que los avatares políticos catalanes.
Superada ya la coincidencia, y puesto que los acontecimientos políticos ajenos se suceden frenéticamente, conviene centrarse una vez más en el contenido de la movilización que Sare ha vuelto a convocar porque también es cierto que desde enero de 2015 la situación en las cárceles sigue siendo la misma: los presos vinculados a ETA siguen sometidos a una inaceptable dispersión, los presos gravemente enfermos siguen en la cárcel y la política penitenciaria española continúa vulnerando derechos fundamentales.
A nadie se le oculta que a la habitual manifestación de enero acuden de forma absolutamente mayoritaria personas del ámbito social de la izquierda abertzale con su disciplina, sus símbolos, sus lemas y su escenografía habitual. Cierto, también, que se informa de la participación a título individual de personalidades significativas de otros sectores aunque ello no desdibuja en ningún modo el decorado abrumador de la marcha. Quizá deba ser así, puesto que la participación esporádica del PNV como partido ha solido acabar como el Rosario de la Aurora.
Pues bien, a pesar de la capitalización que de la manifestación hace la izquierda abertzale -no se le puede negar que sea justa- el contenido y las razones que la han motivado son compartidos por la inmensa mayoría de la sociedad vasca. Por conocida y compartida, la dispersión de los presos es un escándalo y una vergüenza democrática, y a estas alturas no puede dársele otra interpretación que el odio, la venganza y la más implacable crueldad. A quien esto firma le tocó, hace ya muchos años, pasar por la cárcel franquista a casi 500 kilómetros de Donostia, y cada vez que recibía la visita de su familia acababa abatido por la inhumanidad de semejante viaje para media hora de comunicación. La dictadura acabó y también ETA abandonó la violencia, pero la política penitenciaria no ha variado su sentido de venganza.
Es inmoral que la secretaria general del PP vasco, Nerea Llanos, vomite su odio sobre los 70.000 manifestantes y despache su opinión sobre el acto calificándolo de “chantaje” al Gobierno español con el objetivo de que “la ley no se cumpla”. ¿La ley? ¿Qué ley? ¿La que recomienda que los presos cumplan su condena en las cárceles más próximas a su entorno familiar y social? ¿La que recomienda las máximas facilidades para la reinserción de los presos? Si alguien practica el chantaje, el más repugnante chantaje, han sido los sucesivos gobiernos españoles contra los presos y contra sus familiares que llevan ya décadas de penoso peregrinar de cárcel en cárcel por toda la geografía peninsular e insular, con lo que ello supone de quebranto económico y de salud.
Acudieron a Bilbao 70.000 manifestantes, pero no cabe duda de que son muchos más los ciudadanos y ciudadanas de Euskadi que están absolutamente de acuerdo con lo que allá se reivindicó. Son muchas y muy variadas las razones por las que el personal no se decide a participar en ese tipo de actos, pero cualquier sondeo que se haga sobre los lemas de la manifestación dejaría bien claro que el apoyo es inmensamente mayoritario.
Ya es hora de que se desenganchen las anclas que impiden abandonar de una vez los lastres del pasado, al que se aferran quienes no tienen ninguna intención de que nada cambie. Vivimos fechas de agitada actualidad, pero debemos evitar que los árboles de la incertidumbre política impidan ver el bosque de la clamorosa injusticia que está perpetrando la política penitenciaria española.