DE la pugna y contradicción entre pasado y presente surgen los proyectos de futuro. Antes de olvidar hay que conocer. Por eso, hace bien Euskadi en recordar con justicia, pero sin ira. Nuestra televisión pública ha dedicado toda la semana pasada al trigésimo aniversario del inicio de la carrera criminal de los GAL, banda financiada y dirigida por el Estado español a través de un gobierno socialista que regaló a ETA un arsenal de argumentos para veinte años más de terror. ETB-2 otorgó a la memoria del caso Lasa y Zabala el prime time del lunes y jueves, con programas especiales de 60 minutos y El Dilema, así como varias tardes de Sin ir más lejos y de Airean, en ETB-1, y una noche de intensa polémica en Debatea. Horas y horas de testimonios entre los que destacó el forense Paco Etxeberria, artífice del reconocimiento de los cuerpos de los dos jóvenes torturados. Este admirable profesor nos estremeció con la estricta crudeza de su relato, sin apelaciones emocionales. La verdad debería tener siempre esta imagen serena y limpia.
Y frente a la autoridad moral de Etxeberria se escucharon coartadas del terrorismo de Estado. Digámoslo claro: a España no le repugnan aquellos asesinatos. El excomisario Amedo los enmarca en el contexto del activismo etarra de los años ochenta. Otros los justifican por el hecho de que diversos países democráticos tuvieron episodios parecidos. Ni una palabra de perdón. Además de los GAL verde, azul y marrón, hay un cuarto, el más cínico: el GAL amarillo, formado por la televisión y otros medios que callaron o retorcieron aquellos atentados y que ahora ponen rostro compungido a lo que entonces aplaudían entre brindis y risas. Nos guste o no, en nuestra sociedad la verdad pública es un relato mediático. No sé cómo se escribirá finalmente la historia sobre ETA; pero la verdad sobre los GAL sigue pendiente.
Y en esta introspección en el pasado nos encontrábamos, cuando el pánico por el cierre de Fagor, con más de cinco mil empleos en riesgo, devolvió a Euskadi al inexorable presente. Carpe Diem.