La vida es como un viaje en autobús: algunos comienzan el viaje junto a ti, otros se suben a mitad de la travesía, muchos se bajan antes de que llegues a la estación destino de tu viaje y pocos, muy pocos, permanecen junto a ti hasta el final. No recuerdo aún dónde leí este aforismo que hoy rescata mi memoria para hablarles de un caso digno de Hercules Poirot: el misterio de la estación fantasma.
En tiempos como este, donde el viaje en avión se ha democratizado hasta precios inverosímiles hace apenas unos años, ha costado encontrar a alguien que apueste por la aventura de reconstruir la nueva estación de Termibus, que hoy languidece en Bilbao como el viejo Coliseo en Roma, entre la añoranza de los viejos tiempos y la obligatoriedad de uso para miles de pasajeros encadenados a un autobús.
En verdad, hasta hace bien poco no había ni una sola ficha en la ruleta. Nadie quería emprender este viaje al incierto futuro en solitario. Tampoco en la construcción quedan aventureros de los de antaño, al estilo Marco Polo, Lawrence de Arabia o Cristóbal Colón, entre otros. Nadie se la juega fuera de la expedición. Ahora bien, ha sido anunciar que la Administración está dispuesta a sumarse a la caravana para que el desierto se pueble. Y así, ese tapete verde de la ruleta se ha poblado de fichas al son del ¡hagan juego! institucional. La bolita de marfil ha caído, de momento, en el seis, par y negro. Ése es el número de expediciones dispuesta a correr riesgos sin tener que salir corriendo al primer traspié.
Los autobuses, digo, han perdido algo de punch para los viajes largos. Y, sin embargo, llegan allá donde no alcanza ningún otro medio de transporte público, excepción hecha del taxi, cuyas tarifas están fuera de este zoco de oportunidades al que nos aboca la crisis. No parece claro, por tanto, que este mercado autobusil esté en entredicho para los próximos años. ¿Qué está en crisis estonces? ¿Por qué ha costado tanto arrancar? Da la impresión de que ha faltado el principal combustible para la inversión: la valentía de intentarlo solo, todo a una carta.