El periódico informa de una nueva estafa piramidal: ofrecen una bicoca que no puedes rechazar, un auténtico chollo, ganar un potosí y poder entrar en el club de los elegidos que tienen mucho dinero. La codicia y la avaricia nublan la mente ante lo que se cree que será un enriquecimiento a corto plazo y sin riesgo alguno. Sellos, monedas, productos financieros, etc. Ofrecen el oro y el moro; son los ganchos con los que delincuentes trajeados, educados, con don de gentes y mucha psicología se sirven para embaucar, engatusar y seducir a simples mortales que no pueden o no quieren vencer a una tentación tan estimulante, cual es mucho dinero y además ganado de manera muy rápida, sin esfuerzo. 

Reconozcámoslo, algo muy apetitoso para el ser humano, una cobra que nos hechiza, un ídolo ante el que nos prosternamos. Las víctimas de este tipo de engaños apenas suscitan la solidaridad y comprensión de la gente ya que motu propio decidieron embarcarse en tamaña aventura, y es que nadie les obligó. ¿Cómo es posible pensar que alguien te va a dar duros a cuatro pesetas por tu cara bonita? 

El tocomocho y la estampita siguen entre nosotros, más que nunca. Han cambiado de atuendo pero en el fondo permanecen inalterables: dinero, pasta, guita, parné, plata, lana, etc. Es el cebo, la golosina que ofrecen y al igual que el pez, muerden el anzuelo con ansia ciega viendo una mosca tan colorida y apetitosa. Ahora todo son lamentaciones que al menos se supone que servirán para que otros no caigan en la misma trampa y como gato escaldado tengan que huir del agua fría. No aprendemos.