Disfrutando del último triunfo de Rafa Nadal y viendo la vorágine que genera, no he podido evitar acordarme de Blanca Fernández Ochoa. Como Rafa, Blanca disfrutó del éxito y vio izarse la bandera nacional con una medalla en el pecho. Sin embargo, por avatares de la vida, tuvo un infortunado final que nadie pudo o quiso evitar. ¿Qué han hecho las instituciones públicas y políticos que animan y apoyan a estos deportistas, y que se aprovechan de sus triunfos haciéndolos propios para sus intereses, para que no se repitan luctuosos sucesos como el sucedido con la esquiadora madrileña? Nada que yo sepa. ¿Dónde van los que aplauden y jalean al ídolo, cuando el himno termina, las luces se apagan y acaba la fiesta? Probablemente a buscar otro con el que colgarse la medalla y utilizar su triunfo para sus propios intereses. Introduzcan organismos españoles de apoyo a deportistas profesionales retirados en un buscador y observen con desolación los resultados. Todos queremos y necesitamos ídolos, y seguiremos buscándolos sin importarnos lo más mínimo su futuro, cuando termine su carrera profesional, y aparezcan otros problemas que no se solucionan a pelotazos.