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¿Hay alguien?

Llamamos, pero no abren. Olvidaron el sonido, la grima al rechinar millones de dientes indignados. Tampoco son dientes, sino uñas las que llaman. ¿Uñas? Son garras hechas de hartazgo y decepción. Carne curtida por años de trabajo, que calló, creyó, aguantó y esperó disfrutar de un ocaso despejado. Un estado pasivo alejado de miedos económicos. Sí, somos los pensionistas que hacen frente a la lluvia. Ánimas siempre en pena, pero ya nunca más resignadas ni mansas, que condenan el ultraje del 0,25 -tan mala rima, como grave afrenta- y la insolente mentira: “No hay dinero para incrementos”. Pues habrá que poner boca abajo a todos los defraudadores expertos en facundia y corrupción variopinta, a ver si se les cae de los bolsillos (es un decir, obviamente el botín ya está fuera de alcance hace mucho tiempo) los miles de millones volatilizados. Cierto que no todas las pensiones son iguales, aunque la mayoría son manifiestamente insuficientes, pese a las deplorables declaraciones del presidente del Banco de España: “Muchos jubilados tienen casa propia; peor sería pagar un alquiler”. Pues bien, 9 millones de votos jubilados cabreados (ahora lo estamos de verdad), sellaríamos cualquier ataúd político por augusto que sea, aunque la mitad volvamos a confundirnos o seamos catequizados. ¿Quién detendrá una barrera solidaria y hermanada con arrugas de franqueza y razón? “Se lo llevaron todo, pero nos dejaron todo: la palabra”. Neruda infinito?