Con un mandoble legal, la monarquía parlamentaria aplicó el artículo 155 en contra de la irresponsabilidad, crisis económica y engaño consecuente a la secesión catalanista y, como bálsamo, elecciones ad hoc para reconducir el atropello. La anunciada debacle ético-económica no ha sido suficiente para modular la deriva hacia unos enraizados sentimientos independentistas y republicanos, que recuperaron la mayoría parlamentaria, refrendando que el 1 de octubre votaron dos millones de catalanes. Muchos incondicionales del hasta ahora hegemónico PP no pudieron soportar más su tufo de corrupción y se embarcaron en Ciudadanos, que con sus resultados ha enjuagó la derrota constitucionalista. Pobres independentistas republicanos si los resultados hubiesen sido inversos, hasta el mensaje navideño habría invitado a un acto de perfecta contrición y a recordar que el poder está para enderezar los desvíos. No se puede pasar, como en la oca, de república a república. “¿Y ahora qué?”, es la comidilla de todos los reiterativos tertulianos. Coinciden en que hay que hablar, pero “de qué” y cada cual sigue en su línea de salida. Si la Europa en la que nos miramos cuando nos interesa es irreconocible geopolíticamente de la de hace cien años, no nos podemos empeñar en el inmovilismo. Habrá que hacer cambios, evitando confrontaciones violentas que solo defienden los intereses de los poderes fácticos ocultos.
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